jueves, 17 de julio de 2014

BROCHETA PARA NEMOS Y CÍCLOPES (dedicado a mis fieles lectores de Mountain View)


Ilustración de Gary Taxali en el N.Y. Times

Jaime había sido el coordinador del proyecto. El concepto de App estaba claro, también su necesidad. Todos tenemos hambre. A todos nos gusta comer determinados guisos. A todos nos molesta perder el tiempo por teléfono o en la web mareando el mouse, buscando, dudando, eligiendo, pidiendo, pagando, qué pereza. Se trataba de diseñar una App para pedir comida a domicilio cien por cien intuitiva, cien por cien verbal. Tan solo hablar al Iphone y esperar a que nos trajeran lo que nos apetecía. Nada más. Nada menos. Por ejemplo, “quiero comida para tres, una lentejas guisadas de forma tradicional y una ensalada de endivias con Roquefort a las dos del mediodía” o: “nos apetece una pizza cuatro quesos para seis y una botella de Burdeos que no sea cara, para las siete de la tarde”. La App se encargaba de hacer todo lo demás, buscar los guisos, pedirlos a la empresa de comida a domicilio que estaba más cerca y que guisaba de la forma que más podría gustarnos y pagar. Además la App sería predictiva, aprendía nuestras manías, preferencias, gustos o nivel de gasto, y pedido a pedido mejoraba. Incluso al final de la comida, también con la voz, sin teclear nada, le podíamos hacer nuestra crítica para afinar los pedidos futuros, “me ha gustado la pizza pero para otra vez quiero la masa más fina” o “las lentejas perfectas pero ha faltado un poco más de tocino… y pan para pringar”. La aplicación estaba lista y la compañía pensaba lanzarla la semana que viene. Unas cincuenta personas llevaban probándola cerca de un mes. Jaime me dijo con un mohín de orgullo que sólo tuvieron que mejorar el módulo de reconocimiento de vocabulario ya que mucha gente llama de forma muy diferente a los mismos guisos. Lo demás funcionaba como un tiro así que dejaron el trabajo sucio a los de marketing y se fueron a festejarlo a una playa remota que conocía James. El entrenamiento del trabajo en equipo se notaba, varios encendieron una hoguera, otros fueron a un puerto cercano por marisco y de la oficina se habían traído unas cajas de vino estupendo del condado de Sonoma. Lucía, aunque era su invitada, se encargó de la barbacoa. Me contó que hizo una brochetas enormes, "para Nemos o Cíclopes", con pedazos de mero y de langosta que antes había remojado en una salsa picante fabricada apenas con aceite, limas, sal y ají. No faltaba la mayonesa, la mostaza y ketchup de bote pero a ella no le importó que los chicos estropeasen el sabor del pescado con esos mejunjes. También hizo brochetas de calabacín, puerro en conserva y tomates secos rehidratados, acompañadas de un moje de salsa romesco, para la parte del equipo que era vegetariano. Tras el festín se metieron en el Pacífico a nadar. Por la noche hubo música, baile, un fuego bien grande, más vino. A Lucía todo le pareció muy yanqui, pero se le notaba feliz y paz. Recordé la foto de su madre que me había enseñado Alfred y Annabel, más de veinte años antes, tal vez en esa misma playa, guisando también ella misma una paella para sus amigos, sobre las brasas de una hoguera, haciendo posible el futuro de hoy, quizá sin saberlo o sí. (fragmento de la novela: "Salsa de olvido")


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