lunes, 27 de julio de 2009

ANGUILAS Y SUEÑOS

Era verano y el río entero era nuestro. No te encontrabas a nadie en los recodos, en la pozas, en los charcos. Nos metíamos con el agua hasta el cuello, un viejo sombrero de paja en la cabeza y una caña de bambú de tres metros en la mano, las guasarapas en el puño, los peces pescados ensartados en un junco. Luego, más tarde leí a Ton Saywer y entendí muchas cosas. Esa plenitud de ser de verdad dueños del tiempo, de sentir en el cuerpo las capas de agua fría y caliente y los peces pellizcándonos la piel, el milano en lo alto, las chicharras por música, la brisa entre los sauces, la chispa azul del martín pescador cruzando el agua, los galápagos al sol en la orilla de en frente y la libertad con esa forma precisa, cristalina y real que tiene la libertad tan pocas veces en la vida. No idealizo nada. Así era mi verano. Así fue durante algunos años. De merienda un tomate maduro, rajado, con sal, a mordiscos, un trozo de pan, queso de cabra recién hecho y los pececillos pescados fritos por mi abuela hasta quedar crujientes con su pizca de ajo y de guindilla. Orejones de melocotón, melón dulce y frío de postre. Qué cosas más exquisitas. Sobre todo los peces.

Antes de que las presas convirtieran los grandes ríos de España en una mierda, subían desde el Atlántico sábalos y anguilas. No hace tanto había pescadores de río profesionales que voceaban la mercancía por el pueblo y mi madre compraba grandes anguilas que me parecían monstruos de otro tiempo, seres del abismo de los sueños. Limpias y troceadas nos las servía frita para cenar. No he vuelto a comer anguila. No las encuentro tan grandes en ningún mercado, pero tengo su sabor en la memoria como si las hubiera comido ayer mismo. Pienso en su sabor y se me hace la boca agua.

Hoy es verano y el río tienen poco agua y sucia y hay bañistas y turistas por todas partes. Se extinguieron las anguilas del Tajo y del Guadiana. Pero no echo de menos ese pasado. Sigue aquí en mi memoria. La misma memoria que te guarda y que te cuida. En Cuba y en Brasil vi ese mismo gesto en otros niños, esa forma de pescar metidos con el agua hasta el cuello y un sombrero de paja en la cabeza y una simple caña de bambú entre las manos. Eso me gustaría hoy, enseñarte a pescar así, en otro río que siga limpio, lleno, solitario. Seguro que queda alguno por el mundo. Seguro. Y luego para comer pescado frito, crujiente, salado, fresquísimo, para comer con los dedos. Cuidado con las espinas.

Boquerones, salmonetes, cachuelos, anguila frita y para beber cerveza casi helada. Simple. Hoy el cocinero libra, si queréis sofisticación, deconstrucción o una receta al uso ya podéis salir de aquí, que blog de recetas, de cocineros y cocinillas hay mil.

No puedo imaginar los veranos por venir. No puedo. No sé donde estaré. Imagina tú uno por mí y llévame a él. No tardes.

Esta vez me dejaré llevar a donde quieras.

Las anguilas viajan desde el Mar de los Sargazos hasta los ríos de mi infancia, un largo viaje a ciegas que tampoco puedo imaginar.

Cierro los ojos. Me dejaré llevar y allí donde me lleves te enseñaré a pescar.

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