lunes, 31 de enero de 2011

DEFINICIONES I (cuando amar o cocinar es descubrir)

(Fotografía de Milena, el gran amor de Kafka)

El amor se acaba cuando dejamos de desear descubrir a quién amábamos lo que nosotros conocemos y nos gusta, sea una idea, una sensación, una ciudad, un sabor, un libro y cuando dejamos de desear que él o ella nos descubra lo que conoce y nosotros ignoramos.

Deseamos descubrir al otro nuestro mundo, invirtiendo en ellos toda nuestra pasión, tiempo, imaginación, palabras, fuerzas. Igual la otra persona.

Cuando dejamos de sentir ese deseo, el amor se ha terminado aunque sigamos deseando su cuerpo. Saber que algo se ha terminado no es malo. Ni malo ni bueno, tan sólo un hecho.

Pensaba en todo esto que me contaba una amiga cincuentañera el otro día (gracias Pat), mientras compraba libros de cocina para regalar y oía, de fondo, cómo hacían una entrevista a Sara sobre el sentido de su librería, una librería especializada en gastronomía y defendía el futuro, sus proyectos, la necesidad de las ideas de “slow food”… Me dieron ganas de felicitarle por sus palabras.

Guillermo se compró “Sopa de Kafka” de Mark Crick un bonito libro que mezcla literatura y sencillas recetas.

“Desear descubrir a quién amas lo que desconoce, tal vez a convencerle de eso le hará feliz”, si, una buena definición de amar y de cocinar.

jueves, 27 de enero de 2011

VIAJAR CONTIGO, COMER CONTIGO

(Ilustración de Jon Foster)

Viajar contigo, nunca en avión, mejor en tren para saborear el paisaje, mejor en motocicleta para que con tu abrazo te pegues a mi espalda, mejor en coche para descubrir que te has dormido y te fías de mis manos acariciando la velocidad, mejor en bicicleta para poder parar al pie de un río y perdernos un rato entre los sauces, mejor caminando porque entonces se puede pisar muchas veces por la misma ciudad sin perder el asombro. Viajar contigo, con ganas de aprender de ti y ganas de enseñarte yo lo poco que sé. Tal vez eso sea el amor.

Y luego, cansados, comer sin ambición, sin prejuicios, sin memoria, con ganas, desde un humilde bocadillo al festín más excesivo, sin dar más valor al pan que al guiso de esturión, si hacer más memorable un tinto joven que el champán más presumido. Comer contigo saboreando todo, tu cercanía, el instante, los alimentos, el atardecer, el frío que se ha quedado ahí detrás de los cristales, mis dedos dándote a probar una nueva golosina, tus manos llenando otra vez mi copa, esa forma que tienes de comértelo todo, la quietud, el deseo elevando la marea tan despacio, tus palabras rozando muy lejos otras ciudades, sin hacer caso a mapas ni a designios. Viajar contigo, comer contigo. Hacia lugares que no he conocido, hacia sabores que quiero morder, bebiendo el aire, acelerando un poco cuando el sol está a punto de dejarnos y más despacio cuando la noche oscurece la ruta pero nunca el brillo de tu voz o tu abrazo.

Hoy no sé cuando. Los nómadas tenemos siempre la mochila a punto, la cantimplora llena, las zapatillas puestas. Sólo espero que te acerques y que digas: ¿vamos? Y que la pregunta nos lleve a descubrir que comer y vivir y amar son un mismo verbo con olores distintos, todos apetecibles para quien nada espera del viaje más que el contigo.

jueves, 20 de enero de 2011

MALFATTO DE PASTA LENTEJAS Y CIGALAS

(ilustración de Dati Torrent)

Muchas veces cocino de memoria. Cuando no tengo a nadie a quién cocinar y comer ese guiso rico me toca la tristeza. Tal vez mi tiempo y mi cocina ya sea sólo ese, el del fuego que mantiene la memoria y las palabras.

Me gusta la cocina porque sobre todo cocinar es o era proponer a otra persona que amas, de la que eres amiga o cómplice o afín un espacio cercano, fácil, posible, sucesivo, de placer y sorpresa, de intensidad y amor. Y cuando la persona que amas y te ama está lejos, cocinar se convierte sólo en una cerril militancia, en una forma de alimentarse o en un juego de sabores en la memoria bastante agridulce o amargo.

Ya sé que lo agridulce y amargo forma parte también de guisos y de platos, de días y experiencias. De mi vida.

Preparo malfatto, pasta “mal hecha”, aprovechando unas láminas de lasaña a la albahaca que he estirado con mi máquina de hacer pasta. Me hace sonreír pensar que sólo los italianos son capaces de hacer de una pasta “mal hecha”, una pasta exquisita. Hacer de lo mal hecho, del error, lo irregular, lo roto, algo auténtico y bueno.

Unos malfatto con lentejas y cigalas para llenar la lejanía y el vacío, para decirme: vamos cocinilla, el sabor de estos malfatto te van a descubrir de nuevo el secreto de vivir, no te rindas, cocinar es sentir de nuevo la belleza, recordar ese camino que tantas veces has olvidado y que te llevará de nuevo a la sonrisa, el beso, el abrazo con ganas, libertad, sin prudencia, con deseo. Cocina para ti, orgulloso, arrogante, sonríe, ¿que importa hoy la soledad? Como siempre fuiste, duende feliz.

Preparo unas lentejas al dente, pardinas, cocidas con zanahoria, puerro, cebolla, laurel, pimiento verde. Pelo las cigalas con unas tijeras, trituro los caparazones bien en el mortero y los sofrío en dos nueces de mantequilla. Añado luego el caldo de pescado, filtro y cuezo al dente, en ese caldo fuerte, los malfatto cortando antes la masa en tiras y luego rompiendo esas tiras con los dedos. Mal hechos.

A parte, sofrío, poco, en buen aceite, dados de tomate y hojas de albahaca, añado las lentejas, las colas de cigala crudas y torceadas, la pasta “mal hecha”, revuelvo en la sartén sólo cinco minutos.

Es un plato tan feo. Y tan bueno. Tan viejo, tan sincero.

Malfatto, nada es perfecto. A veces me gusta lo imperfecto, lo roto, lo asimétrico, este revuelto de cosas de colores que me meto en la boca y mastico con hambre.

Muchas veces cocino de memoria, no hoy. Pero nunca he amado de memoria, es imposible. Por eso si estás lejos, antes, ahora, mañana, siento que cocinar es nada, el arte por el arte, una militancia bruta, una forma cultural de alimentarse, una estrategia para alejar lo agridulce y lo amargo de mi paladar, pero no la soledad, ni tampoco su música mal hecha.

miércoles, 19 de enero de 2011

COMER CON LOS DEDOS

(Foto de: eljardindebemi.blogspot.com)

Unos calçots, unos caracoles asados, unas alcachofas fritas… cualquier cosa con tal de mancharme los dedos, rechupar, sorber, meter la lengua, volver al placer infantil, primigenio, de tocar los alimentos y su jugo, su esencia, su tacto verdadero, su forma. Echo de menos el fuego, cocinar en la chimenea o la hoguera, el humo, ese sabor que sólo da el fuego de verdad a los asados.

Cocinar en el fuego cambia el humor de la gente, da más hambre, es una fiesta y me asombra que necesitemos algo tan poco novedoso, tan poco original, tan poco tecnológico, tan antiguo, sólo el fuego, los alimentos, la intemperie. Seguimos con el alma en la cueva, no en el Facebook. Seguimos prefiriendo pintar con los dedos en la roca a utilizar un perfecto rotulador japonés. Mancharnos, sentir, tocar.

Mucha moda, mucho disfraz, mucho maquillaje, mucha corsetería fina pero nos sigue excitando la desnudez, la piel, el cuerpo salvaje, la piel de las cosas, la piel de los cuerpos despojados de cualquier trampa, prenda, color.

Fuego y desnudez.

Si, unos calçots, unas alcachofas asadas, unos caracoles a la jauna, unas chuletas utilizando un trozo de pan a modo de plato y los dedos como la mejor de las cuberterías. Y después, o antes, hacer una cueva bajo el edredón y volver a ser cavernícolas, cromañones en invierno.

martes, 18 de enero de 2011

¿NO HAY COCINERAS?

Leo un buen artículo de Coral Herrera Gómez

http://coralherreragomez.blogspot.com

“el miedo masculino a la potencia sexual femenina”: La mayor parte de los monstruos femeninos de las culturas patriarcales son seres eróticos, voraces, insaciables sexualmente, apasionados, crueles hasta el extremo. Las Gorgonas, las Harpías, las Erinias, las Amazonas, las Sirenas, la Esfinge, las Succubus, Medusa, las Lamias, las Centaurides, las Empusas, Artemisa, Afrodita… Otras diosas monstruosas fueron: Andras, un Espectro Bisexual; Astartea, el Ángel del Infierno; Gomory, la Maestra del Sexo; Is Dahut, la Amante Insaciable; Perséfone, la Reina del Inframundo; Zalir, la Lesbiana, Zemunín, la Prostituta. Lamia, el Mito de la Vagina Dentada: es un personaje femenino de la mitología grecolatina, caracterizado como asustaniños y seductora terrible. Otras mujeres malas (malas porque se sienten libres y actúan como quieren) son Lilith (para la cultura hebrea) y Eva (para la cristiana), porque con su curiosidad corrompen la bondad del hombre. Lilith es considerada la primera esposa de Adán en la literatura rabínica. En las leyendas populares hebreas es el espíritu del mal y la destrucción, el demonio animal con rostro de mujer. Dios no la creó a partir de la costilla del primer hombre, sino de “inmundicia y sedimento”. Según Erika Bornay (1998), Lilith y Adán nunca encontraron la paz, principalmente porque Lilith, no queriendo renunciar a su igualdad, discutía con su compañero sobre el modo y la forma de realizar su unión carnal.

Lilith consideraba ofensiva la postura recostada que él exigía. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti?”, preguntaba, “yo también fui hecha de polvo, y por consiguiente, soy tu igual”. Como Adán trató de obligarla por la fuerza, Lilith, airada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó en el aire y lo abandonó. (…).

Se ha avanzado “algo” en algunos sitios desde entonces, aunque en la mayoría del mundo sigue la cosa más o menos igual (o peor) En la política y el “negocio de la cocina”, los hombres mandan aunque hayan demostrado durante siglos que son peor que malos gestores (¿cuántas guerras van ya?), aunque en la mayoría de las cocinas del mundo guisen las mujeres.

Aquí, salvo la añorada Elena Santonja y Eva Arguiñano ¿cuántas cocineras salen por la TV?, ¿Salvo a Carme Rucadella o Elena Arzak a cuantas sacan los mass media?...

¿Será que Eva (me refiero a la segunda mujer de Adán) cómo fue la primera cocinera al proponer un aperitivo de Carpaccio de pomme aromatisée avec serpent?, ¿la primera en apostar por la calidad del producto, mueve a una envidia insalvable?

¿No fueron cocineras, ellas, las que preservaron la cocina del terroir, la cocina regional, de la que bebieron luego los popes franchutes que inventaron la nouvelle cuisine y lo que vino después?, ¿quién las recuerda?,¿cuántos hombres cocinan en sus casas desayuno, comida y cena todos los días?, ¿el 0,5%?... qué optimista…

La cocina, parte importante del hogar patriarcal, era el espacio de sometimiento de la mujer a sus roles tradicionales de crianza, cuidado y alimentación de la familia, de ahí el “rebote” de las generaciones de mujeres europeas menores de 50 años hacia el cocinar, la cocina y sus penosas tareas (por no reconocidas, ni valoradas, ni gratificadas, ni compartidas, ni…).

Sin embargo, “a la fuerza”, “sin placer”, todos los estudios dicen que siguen cocinando las mujeres, o porque no tienen otro remedio, su hombrecito no sabe ni freír un huevo y, lo que es mucho peor, no tiene intención de aprender, o porque se delega, si hay dinero, ese trabajo en otras mujeres asalariadas, trabajadoras domésticas mal pagadas.

Pero al romperse la transmisión de ese saber madre-hija (porque las madres no querían que sus hijas siguieran siendo amas de casa dependientes, porque las hijas querían tener trabajos asalariados y no depender económicamente de ningún hombre y no ser amas de casas como sus madres) hoy la transmisión de una parte sustancial de ese saber la realizan las publicaciones y los programas de TV de cocina dirigidos y presentados por cocineros. Despojando a las mujeres de un saber que aún poseen, haciéndolas creer que quienes de verdad saben cocinar son los tíos cocineros, Arguiñanos & boys, admirando a esos cocineros mediáticos, olvidando que sus abuelas o sus madres aún guardan en sus memorias un saber maravilloso. Y, lo que es peor, delegando la alimentación del hogar en las marcas de precocidos, precocinados, preguisados, predigeridos, predelicatessen…

(No me olvido de Simone Ortega, la excepción que confirma la regla, que ocupó ese rol de abuela-madre transmisora del minimun culinario, Simone, heroína de mi cielo.)

¡Claro que hay muchas y buenas cocineras en la alta cocina!, empresarias, brillantes, creativas, sublimes…. pero ahora que la alta cocina cotiza en todas partes son ellos los que parecen tener, presumir, vender ese saber… Aunque la mayoría de los tíos apenas sepan freír un huevo… por mucho que presuman de paella dominguera.

¿Porqué será que me gustan más las cocineras que los cocineros? Sirenas, Brujas, Gorgonas, Harpías, Erinias, Amazonas, Esfinges, Succubus, Medusas, Lamias, Liliths, cocineras… ¿También hay miedo, además de a la “potencia sexual” a la "potencia culinaria" de las mujeres?

sábado, 15 de enero de 2011

RODABALLO INTENSO

(Fotografía de Pedro Morales)

¿Levedad o Intensidad?... en la cocina, la vida, en amar… Se lleva la levedad, aunque Kundera nos avisara que tal levedad llega a ser insoportable. Yo prefiero la intensidad del sabor de una cigala como las hace Victor, una guidilla verata, un puñado de berros salvajes en sopa fría, un civet de liebre, una copa de vino tinto o dos. Prefiero la intensidad de la piel de tu pecho, de ese hueso que me gusta entre tus hombros, de tu mirada seria y brillante cuando me atrevo a contarte que me gusta tu sabor y el presente de tu cuerpo.

Los sabores leves no son sutiles, ni suaves, la levedad no macha, ni raspa, ni produce escalofríos, ni nos transforma. Unas brochetas de anticuchos, de corazón adobado y asado, no tienen un sabor muy leve que digamos, tampoco unos boletus a la brasa o un rodaballo cocido en puré de ostras o unas mollejas o unos calçots que me voy a comer esta tarde. Pero tu cuerpo es suave e intenso a la vez, abrazar tus caderas, tu culo, tu espalda es sentir que de nuevo la vida es intensa y suave, que las palabras que te atreves a escribir me recorren la espalda igual que tus dedos, igual que los volcanes salpican Guatemala, igual que el sol se cuela entre los rascacielos de Nueva York buscando algún hueco en nuestro abrazo, que no encuentra. Eres afín e intensa. Eso no te lo digo (qué cursi).

El pescadero se reprime insultarme cuando le pido que me desespine el rodaballo. Arrogante, tira las espinas y la piel sin preguntarme si las quiero esta vez para caldo. Lo merezco. Pero cuando le cuento de que va el comistrajo acepta mi demanda o mi pecado. A un puré de patatas suave y “ennatado”, le añado y mezclo una docena de ostras crudas trituradas en la batidora. En una sartén con tapadera, en ese lodo gris y amarillento del pure de ostras y patatas, entierro los lomos de rodaballo con su poca sal y su pimienta y su punto de albahaca. Pongo a fuego medio el guiso menos de cinco minutos y a comer con cuchara y tenedor, pan y vino, hambre y placer. El mar intenso en el plato, tu sexo intenso en mi memoria. Eso no se lo digo al pescadero, no sea que me lance algún cuchillo con envidia, pero veo que apunta la receta que le cuento en un papel de estraza. Imagino que él, también, anda en amores con una sirena.

jueves, 13 de enero de 2011

MARIDAJE DE GUISOS Y VINOS

(Pintura de Ceesepe)

¿Amor afin o compatible?... Me preparo un chivito de tres pisos mientras hojeo un album de Ceesepe y recuerdo las noches en el Penta, la Vía Láctea, el Clamores, el Elígeme, el Avión, la Luna, aquel beso…

¿Afinidad o compatibilidad?. La afinidad presupone semejanza (que no igualdad) o más que semejanza, proximidad y cercanía. La compatibilidad, tan psicologizada, bebe de la teoría clásica, mítica y reaccionaria de la “media naranja”, buscar quién “complete”, se adapte a nuestras virtudes y carencias equilibrando nuestro ser (o nuestro estar) y viceversa. Yo antes era partidario de la compatibilidad pero hace tiempo que me he pasado al “lado oscuro” de la afinidad. Todos somos naranjas completas y amar al afín nos hace más felices, no nos completa ninguna carencia cítrica. Eso siento.

La teoría de la afinidad y la compatibilidad contamina también a la cocina. Jugamos a acercar o aproximar contrarios para que contrasten, los hacemos compatibles. Proponemos alimentos afines en un mismo plato, afines por cercanos en algo, aunque sea un algo poético o secreto. Hacer “casar” lo distinto, eso es cocinar también, para que 1+1 sea más que 2. Maridamos guisos y vinos, qué palabro.

La “afinidad” no tiene porque ser en todo, las personas somos complicadas, volubles, contradictorias, cambiantes… Pero al menos ser afín en lo importante. En lo grande: la visión del mundo, la idea de progreso, la ideología política, los sueños… o en lo pequeño: la forma de dormir, el gusto por lo picante, el vino preferido, la pasión por el campo o la ciudad, lo que sea. En cambio eso de la “compatibilidad” me parece un encaje de bolillos de psicólogos o libros de autoayuda, se basa en la carencia que alguien completa o equilibra gracias a tenerlo cerca, el guapo con la fea, la simpática con el serio… (por utilizar lo peor de la categorización humana). Amor y afinidad es igual a intensidad. Amor y compatibilidad es igual al punto medio, ni para ti ni para mí.

¿Son afines o compatibles la patata y el huevo batido que hacen “en pareja” la tortilla?, prefiero esa discusión a hablar de la deuda soberana o la crisis o la jubilación a los 67… qué pereza.... ¿almas gemelas o medias naranjas?

Lo de almas gemelas es una exageración retórica, claro. Recuerdo ahora, mirando esta pintura, el verso de Mario que alguna vez nos recito en clase Jesús Ibáñez: Si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos. Y en Honor de Mario me preparo un chivito Uruguayo y una copa de Tannat. Salud.

martes, 11 de enero de 2011

SESOS DE MALVÍS

Hortolanos atiborrados de mijo hasta convertirse en pajaritos obesos y que luego se mataban ahogándolos en armagnac... Brillat Savarin nos explicaba como se comían enteros, tras cocinarlos, cuan bocaditos, masticando sus huesecillos y exprimiendo despacio sus jugos, su sabor exquisito, cubriendo con una servilleta la cara del devorador. Ahora, los hortolanos están en peligro de extinción. Ya está prohibido cazarlos. Para mi amigo Fernando, andaluz gourmet, su recuerdo es la magdalena de Proust, lo más de lo más. A François Mitterrand le volvían loco. ¿sadismo?, ¿crueldad?, ¿canibalismo?...

Aún nos queda el zorzal o malvis, que viene de Siberia y que al final de febrero está gordo de comer aceitunas y caracoles. Riquísimo en su sabor. Este de la foto es un zorzal real, el más grande, acompañado de níscalos. Se los hice a Ana porque le vuelven loca los “pajaritos” y sorbe sus sesos como el manjar más delicado. El zorzal se puede cazar, es abundante y si se redujera su abundancia no sería por la caza sino por la química venenosa con que se riega al campo para que sea productivo.

Disfruté cocinando una liebre cazada por mi con la vieja escopeta del veinte de mi abuelo, la guisé a la Royal para Julia, Olga, Maribel, Begoña y Maite, amigas de tantos años. Cocinar caza es volver al rito milenario, cavernario, nómada, de festín compartido.

Cazar y comer la caza. Otra cosa sería un insulto al animal, a mi cultura cazadora, al sentido de cazar. Nada tiene que ver la caza legal con la extinción de bellos animales. Honro al malvís como si fuera un Bosquimano.

sábado, 8 de enero de 2011

BRINDIS DE AÑO NUEVO

Fotografía de Patricia Highsmith con veintipocos años)

¿Hay lugares en la casa más importantes que la cama y la cocina?. Yo no conozco. Dime como usas la cama y la cocina y te diré quién eres. La cama es el mejor lugar para amar, hablar, leer, soñar, comer. La cocina es el mejor lugar para conocer las debilidades, secretos, trampas, virtudes y mañas de quién la usa. El resto de la casa sólo es decorado. Salvo la bañera que es lugar, tal vez el único, en el que tengo la certeza de que el progreso nos hace felices. Hay quién usa la cama para ver la televisión o quién utiliza sólo el microondas de su excelente cocina. Entonces tengo la certeza de que el progreso no siempre es tan bueno como lo pintan.

He pasado unos días dejando que excelentes cocineros guisen para mi cocidos maragatos, asados de cordero, ventrescas en su punto, cremas de calabaza, solomillos exquisitos, muslitos de pularda, pastas con salsas de queso de Valdeón y el Casar, setas con trufa, la mejor de las cecinas, unas natillas sublimes. He dormido con una profundidad desconocida y una paz asombrosa en el Convento de San Marcos escuchando el ronroneo tranquilo del sueño de mis hijos a mi lado.

Sin embargo echaba de menos cocinar.

Y la noche de Reyes bebí un excelente cava helado y copa tras copa, mientras contemplaba la llovizna furiosa detrás del cristal, recordé el brindis juvenil un Año Nuevo de mi admirada Patricia: “Brindo por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, amores, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por el ejército de recuerdos contra el que lucho: que nunca me den descanso.”

Chin chin.

sábado, 1 de enero de 2011

BROCHETA DE CHAPULINES

(Foto: Realizando un programa en Radio Carcoma. A los controles, Txomin Salazar. En el micro, Elena Cabrera)

Tengo algo mejor que buena memoria. No se si eso es bueno o es malo.

Recuerdo sonando por la radio “The Day Is Come” de Paul Winter precisamente muy cerca del solsticio de invierno de 1993 y yo leyendo un texto de Marvin Harris sobre porqué algunas culturas aborrecen el cerdo o la leche o no comen vaca o si comen chinches de agua y saltamontes. Hablaba entonces con conocimiento de causa, ya había probado las brochetas de saltamontes asados y sazonados con sal y una buena pimienta recién molida. El programa de radio se llamaba “Hombrecitos”, la emisora pertenecía a las Radios Libres de Madrid y se llamaba “Radio Carcoma”. Nunca he conocido a tan buena gente como allí, nunca me sentí tan integrado, aceptado, apreciado, sin ser del barrio (también hablo con conocimiento de causa). Éramos en “Hombrecitos” Miguel, Marga a los controles, el que habla aquí…y el resto de gente que conocí allí en Canillejas con la que compartí tiempo, cervezas, cariño. Estar los viernes haciendo el programa era para mi un fiesta. Una fiesta grande, intensa, creativa, feliz. Nunca agradeceré lo suficiente a Miguel su disciplina y su trabajo con los guiones, la música, sus ideas, Ni a Marga el haber aceptado a ser nuestra técnico sin conocernos de nada, el no faltar nunca a aquella cita y el saber jugar con nuestro caos y nuestros caprichos de guión. Se acabó 2010. Es posible que este blog, en este año recién nacido, se convierta en la inspiración de un programa de cortos de ficción para televisión, pequeñas historias en las que mezclará el amor con un guisos, distintas historias de amor con diferentes platos y sabores. Alguien me ha recordado aquí esos años de hace dieciocho años. Y lo recuerdo muchas veces cuando María Torres lee algunas de estas recetas en “Comer y Cantar” en RNE1 los sábados y domingos al medio día.

No somos comedores de insectos aunque en España apreciamos mariscos mucho más feos que un saltamontes asado como los santiaguiños, los percebes o las nécoras. Si alguien se atreve, que recolecte en abril tres docenas de saltamontes pequeños en algún campo cuya vegetación esté libre de pesticidas, los sumerja luego en un adobo hecho con vino blanco, orégano, pimentón ocal, sal y dos ajos con piel machacados. Tras una hora en el mejunje se salpimentan los chapulines y se los ensartan en una brocheta intercalando sus cuerpecillos con un trozo de pimiento verde, de cebolla, de aceitunas cacereñas y se asan sobre unas brasas a fuego bajo hasta que queden crujientes. Les va bien un aliño picante con aceite, limón y aji y un chupito de mezcal o tequila helada para hacer bien la digestión (mejor si es un margarita). Una receta parecida leí entonces en aquel programa en Radio Carcoma.

Dedico esta receta a Miguel, compañero y amigo de tanta vida.