jueves, 27 de enero de 2011

VIAJAR CONTIGO, COMER CONTIGO

(Ilustración de Jon Foster)

Viajar contigo, nunca en avión, mejor en tren para saborear el paisaje, mejor en motocicleta para que con tu abrazo te pegues a mi espalda, mejor en coche para descubrir que te has dormido y te fías de mis manos acariciando la velocidad, mejor en bicicleta para poder parar al pie de un río y perdernos un rato entre los sauces, mejor caminando porque entonces se puede pisar muchas veces por la misma ciudad sin perder el asombro. Viajar contigo, con ganas de aprender de ti y ganas de enseñarte yo lo poco que sé. Tal vez eso sea el amor.

Y luego, cansados, comer sin ambición, sin prejuicios, sin memoria, con ganas, desde un humilde bocadillo al festín más excesivo, sin dar más valor al pan que al guiso de esturión, si hacer más memorable un tinto joven que el champán más presumido. Comer contigo saboreando todo, tu cercanía, el instante, los alimentos, el atardecer, el frío que se ha quedado ahí detrás de los cristales, mis dedos dándote a probar una nueva golosina, tus manos llenando otra vez mi copa, esa forma que tienes de comértelo todo, la quietud, el deseo elevando la marea tan despacio, tus palabras rozando muy lejos otras ciudades, sin hacer caso a mapas ni a designios. Viajar contigo, comer contigo. Hacia lugares que no he conocido, hacia sabores que quiero morder, bebiendo el aire, acelerando un poco cuando el sol está a punto de dejarnos y más despacio cuando la noche oscurece la ruta pero nunca el brillo de tu voz o tu abrazo.

Hoy no sé cuando. Los nómadas tenemos siempre la mochila a punto, la cantimplora llena, las zapatillas puestas. Sólo espero que te acerques y que digas: ¿vamos? Y que la pregunta nos lleve a descubrir que comer y vivir y amar son un mismo verbo con olores distintos, todos apetecibles para quien nada espera del viaje más que el contigo.

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