jueves, 29 de enero de 2015

ASADO AL TEQUILA


Emborracharse nunca, pero sí alcanzar el "don de la ebriedad", ese lugar justo que el alcohol propicia para la libertad de palabra y obra, esa sensación mágica que hace que el amor salga siempre bien, loco, desmesurado y divertido.
Hay un plato mexicano muy rico que embriaga la carne, sea chuletón o solomillo. Adobo de tequila. Mezclo tequila reposado, zumo de lima y zumo de mandarina, aceite de oliva (todo a partes iguales) y añado chiles, ajo, orégano, comino y pimienta negra todo machacado. Sumerjo en este adobo la carne durante dos horas y luego aso las piezas a fuego fuerte, el punto justo. La carne esta exquisita.

Emborracharse nunca, que luego las resacas resecan nuestra piel de inmortales. Pero sí alcanzar el don de la ebriedad con dos o tres margaritas o dos o tres pisco sour antes de la carne acompañada con una ensalada de escarola, papaya, aguacate, granada y queso fresco de cabra y un aliño de limón, aceite y cilantro.
Eleuisis, risas, piel caliente, una copa de vino. La ebriedad nos hace humanos, tolerantes, más libres, lúcidos e intensos. Nunca amaría a alguien que no bebe vino, somos nietos de Catulo y de Safo, para nada de Nietzsche o de Heidegger, Uvas, sol y cultura.


jueves, 22 de enero de 2015

ALBÓNDIGAS DE ORGASMO


Ilustración de Zain 7

A una pierna asada y a una albóndiga les separa la enorme brecha de la civilización y la cultura. En una parte se encuentra un pitecino con un pellejo por taparrabos y en la otra los egipcios, Platón, Apicio, todo lo que somos hoy, antes de que la termomix y el microondas, el lubricante vaginal y el WhatsApp, extinguiesen de este mundo la poesía y el fuego lento.

Una albóndiga es una trampa consentida pero también un tributo a la pura imaginación, la conversión de un bocado en geometría, esfera, mundo. Y tan importante como la albóndiga es la salsa. Yo las hago pequeñas, de carnes diversas, heterogéneas, según el humor, el bolsillo y el mercado, plebeyas siempre. La salsa de tomate y alcachofa.

Pico panceta, carne de pollo de cualquier parte menos de la pechuga, un poco de jamón atocinado, otro poco de higaditos de pollo, miga de pan con leche, sal, pimienta y casi nada de cilantro, comino, ralladura de limón, ajonjolí. Añado algo de harina, huevos batidos, amaso, fabrico las bolitas, enharino, frío, doro. A la vez hago la salsa con su cebolla, tomate fresco, tomates secos, alcachofas cocidas, algo de ají, fuego lento, trituro, paso por el chino.

Es cierto que en otros tiempos, en los antros canallas, en los fogones infames y hasta en los nobles, se utilizaban gatos por liebre, perros vagabundos, muslo de ahorcado, carroña de dragón, víscera de ballena, burro viejo… no dudo de que aún hoy se siga utilizando, pero una buena salsa perdonaba tal crimen y el paladar con hambre no indagaba el qué, cuándo y dónde del bocado. 

Hoy me como las tuyas y no pregunto tampoco si usaste rinoceronte o gremlin, cuy o surimi, la salsa todo lo perdona como la conversación en el sexo, antes durante y después, el postureo, ya se sabe, todos hacemos lo mismo, sólo la voz nos distrae, sólo las palabras, la salsa de la vida, hace de verdad gustosa una albóndiga o un orgasmo.

domingo, 18 de enero de 2015

TORTILLA DE PEREJIL EN ROMA

Ramón Gaya ante el Circo Máximo

De madrugada, más allá de las seis todo es silencio, ella dormida. Apenas quedan rescoldos. Echas dos piñas y un pequeño tronco para animar rápido el fuego. No sabes porqué después de tantas vueltas y tantos exilios te gusta esta ciudad. Nada te dura, a nada eres fiel salvo a sus besos. A los de Fe, a los de Cuca. Nunca te cansan. Te quedaste dormido entre sus labios, eso has soñado. Todo está lejos. Tal vez lo estuvo siempre. La única cercanía es la que da el sueño, ese sueño, y tu pintura. Cierras la puerta de la cocina, bates dos huevos, fríes un buen puñado de brotes de perejil y cortas muy fino unos pocas tiras del tocino del jamón que te envió desde Madrid el bruto de Bergamín. Haces entonces una tortilla con el perejil crujiente y los pequeñísimos dados de tocino rosado. Te enseñó este guiso María Zambrano hace ya muchos años, ¿de verdad tantos? Te arrimas al fuego. Te sirves una copa de vino de la botella abierta y te comes la tortilla. Comienza a amanecer en Roma. Veintiún años fuera. Mañana vuelves.

PD: Se trata de una tortilla humilde y exquisita. Los franceses del XIX eran muy dados al perejil frito para decorar platos. El tocino, no el rancio sino el que está inmediatamente pegado al magro del jamón, cortado en pedazos muy finos y pequeños, casi desaparece al calor del huevo cuajado y llena de sabor cada bocado.