miércoles, 29 de octubre de 2014

SOBRE CRÍTICOS GASTRONÓMICOS Y OTROS CASANOVAS I


El admirable Neil Armstrong

Aprecio a quienes conocen bien de lo que hablan. Aprecio la opinión del ingeniero que inventó el artilugio para ir al espacio, la del físico teórico que calculó las ecuaciones que llevaron al astronauta a ese lugar remoto, al astronauta que pisó la luna y pudo contar como era aquello, pero sobre todos esos admiro, aprecio y sigo al astronauta-físico-ingeniero que sabe el porqué y el cómo pero además vivió aquella experiencia y la comunicó a todos con palabras sencillas y accesibles.

En la cocina igual. Un crítico que no sabe cocinar tiene una opinión parcial y muchas veces pobre, un bromatólogo que nunca frió un huevo es poco de fiar, un cocinero que no sabe porqué, cuándo y dónde, aunque tenga mano en los guisos, podrá darnos de comer pero no enseñarnos mucho. Pero un cocinero que además es un tipo ilustrado y estudioso de todo lo que tiene que ver con la comida, su física y su química, su historia y su alquimia nos dará de comer y podrá enseñarnos desde un saber muy completo de donde viene ese placer que masticamos.

Me gustan, aprecio, sigo a los críticos gastronómicos que saben historia, geografía, física, mitología, poesía y nutrición, pero sobre todo a los que además de todo eso saben cocinar. Porque si no saben cocinar, ¿qué saben? Imagina a un experto en follar que no ha follado nunca o solo pocas veces y no demasiado bien…Pues eso.

NOTA HISTÓRICA: Cuando Neil dijo eso de "Un pequeño paso para el hombre, un enorme salto para la humanidad" también hizo varios comentarios técnicos, pero al volver a la cápsula lo primero que dijo fue: "Buena suerte, señor Gorsky". Los técnicos pensaron que se refería a algún cosmonauta soviético pero no era así. Durante muchos años los periodistas interrogaron a Armstrong acerca de la misteriosa frase: "Buena suerte, señor Gorsky", pero el astronauta se limitaba a sonreír siempre, sin decir nada. El 5 de julio de 1995 en Tampa Bay, Florida, mientras respondía preguntas tras un discurso, un periodista sacó la famosa pregunta de 26 años de antigüedad. Esta vez Neill por fin contó el porqué de su frase ya que Mr. Gorsky había muerto. Cuando era un niño, estaba jugando al beisbol en el patio trasero con un amigo. Éste golpeo una bola con fuerza y la hizo aterrizar enfrente de la ventana del dormitorio de sus vecinos. Éstos eran el señor y la señora Gorsky.  Cuando Neil se inclinaba a recoger la pelota, oyó a la señora Gorsky gritándole al señor Gorsky: - ¿Sexo oral? ¿Quieres sexo oral? ¡Tendrás sexo oral cuando el chico del vecino se pasee por la luna!

martes, 21 de octubre de 2014

SOBRE EL PAN Y OTRAS GOLOSINAS


Dice Paul Eluard eso de “te amo por todas las mujeres que no he conocido,/ te amo por todos los tiempos que no he vivido,/ por el olor del mar inmenso y olor del pan caliente”. Es francés y claro, el olor es importante para él. El olor en el amor, olor a mar limpio y a pan exquisito. Eluard sabe mucho. Son razones potentes para un francesito educado. 

¿Nos enamoramos de un sueño, un recuerdo, una sonrisa, las curvas de un cuerpo, un carácter, un olor, un no sé…? Un amigo, un poco simple me preguntó una vez cómo me gustaban las mujeres, no quise liarle diciendo que no tenía ningún “prototipo” y que el plural genérico no puede conjugarse con el gusto o el deseo en materia sexual. Aún así se me fue la lengua y le dije: me gustan listas, valientes y guapas. Han pasado veinte años y el mismo amigo me preguntó el otro día más o menos lo mismo, (debe importarle algo mi arbitraria opinión, ignoro porqué) y le contesté sin pensarlo demasiado: me gustan sabias, atrevidas y hermosas.

No le expliqué que es para mi la sabiduría o la belleza, seguro que mi opinión es muy distinta a la suya. Tampoco le expliqué lo de la la valentía o que para mi era muy importante el sabor. Utilizamos todos similares palabras para aludir, pensar o soñar cosas muy distintas.

El verso de Eluard es precioso: “el olor del mar inmenso y olor del pan caliente”, ¿pero porqué no el sabor de unos erizos recién abiertos y de un pan tumaca?, ¿de unas hortiquillas fritas y unas tostadas con aceite?, ¿de unos boquerones en vinagre y un cuscurro pringado en salsa de oronjas?, ¿de unas quisquillas y ese pan del Guijo que pellizco nada más salir de la panadería?. El sabor no engaña, el olor a veces si. No quiero aludir al tópico de lo bien que huele un perfume y lo mal que sabe o lo mal que sabe un queso y lo rico que está. De niños comprendemos el mundo metiéndonos todo en la boca, primero nos metemos (o nos meten) la teta y luego todo lo demás, es la “fase oral” que decía cierto tipo con barba (Sigmund Freud disfrutaba del buen vino, la cerveza, el champán, comer bien, rematar el festín con un buen habano, entiendo por eso que hablase de la fase oral con tanta naturalidad y conocimiento de causa). Creo que algunos de nosotros no pasamos de esa fase oral. Un plato, un guiso, puede ser bonito, artístico, estético y hasta oler bien pero en la boca saber insulso, aburrido, extraño, mal…También una parte muy importante de la belleza de un cuerpo está en su sabor y quién no disfrute de esa forma invisible de belleza se pierde la parte rica del amor.


miércoles, 15 de octubre de 2014

LENTEJAS CON ALMEJAS


El amor impulso, pasional, aventurero, intenso, es embriagante, nos pone el ego a cien y la autoestima a doscientos, el sexo se calienta y da superplacer, dispara la fantasía, la promesa de lo nuevo, la vida dulce de otra forma, el polvo, el beso, la aventura, las risas, el sueño compartido y el descanso después de la cena y del amor…hasta que ocurre algo. La sorpresa.

Las legumbres están muy ricas, pero suelen producir algunos gases, el pequeño truco para evitar tales asuntos es hacer una cocción larga y lenta de las legumbres para que se rompan las células de las fibras de la piel y se integren en el resto de enzimas digestivas (o quitarles la piel en el caso de los garbanzos).

Me gustan mucho las lentejas con almejas del Carril: Sofrito de pimiento verde, cebolla y tomate pelado, lentejas pardinas, una cucharada pequeña de un buen curri (hay miles de variedades y mezclas, escoged uno suave, no picante y que os guste), las cocemos despacio con su laurel, corregimos de sal y cuando están a punto ponermos las almejas limpias y lavadas para que se abran con el chup chup del guiso, entonces las retiramos del fuego, espolvoreamos a la portuguesa con un picado de cilantro fresco y a comer.

Pero es posible que en este u otro guisos, a pesar del cuidado en la cocción se produzca algún sonido indeseable. De las primeras noches que dormí contigo, yo en cambio, estaba bien despierto disfrutando de tu tranquila desnudez y de tu profundo sueño y entonces, pum, pum, se te escapó un pedo y me reí mucho aunque luego, en la mañana, no comenté la tormenta para no avergonzarte, que las chicas para eso sois muy pudorosas, pero me acordé de aquel dicho de Quevedo. Es probable que aquel pedo también me enamorase de ti.

Además del abuelito Mavin Harris todos los estudios antropológicos posteriores vienen a refrendar esas verdad a voces y da igual que preguntemos a las chicas o a los chicos. La parte del cuerpo que más nos excita del otro, si es posible hacer esa extraña separata o despiece es, como no, el culo, sea culito, culazo o culillo.

Este es el texto de Don Francisco de Quevedo y Villegas, tan sincero siempre: “Y es probable que llega a tanto el valor de un pedo, que es prueba de amor; pues hasta que dos se han peído en la cama, no tengo por acertado y seguro el amor”

lunes, 13 de octubre de 2014

BOCADO DE HUMO

(Fotografía de Javier Ibarra)

Me gusta el humo, no tanto fumar como el humo. Esa forma que tiene de hacer visible el aliento, la respiración, su cadencia. El humo hace el aire visible y hace visible la necesidad de aire bueno, limpio, suave, puro. Es una paradoja.
Me gusta fumar de vez en cuando una mi pipas y de vez en cuando un buen habano, nunca cigarrillos. Siento el sabor del humo, su calidez de fuego y entiendo la costumbre de los pueblos de América por convertir el humo del tabaco en ritual sagrado. Nada que ver con ese consumo masivo, adictivo, productivista de cigarrillos, ni con ese nuevo integrismo de perseguir al fumador como a un menor de edad que se empeña en matarse sin saberlo, cómo si no lo supiera, y recordárselo con frases naif e imágenes hiperrealistas de miserias. Otra cosa es molestar a quién no fuma. Pero eso no es culpa del tabaco o de ser fumador sino de la buena o mala “educación” entendida esa palabra como real respeto al otro.

Me gusta el humo, sobre todo si camino por una calle de Madrid en noviembre o me siento a descansar sobre una piedra junto al río en abril tras mucha horas de pesca. Pero también me gusta el humo de una hoguera o de una chimenea por la noche. No se trata aquí de defender fumar o no fumar, sino de hacer visible nuestro aliento y de sentir el aire de forma aún más intensa. Es una forma de comerse el aire.

Ya sé que tú no fumas y que este desnudo no se parece a ti, pero no importa. Me gusta porque aquí se ve su aliento, su respiración tranquila, sus ganas de vivir. Si, ya se que es una paradoja teniendo un cigarrillo entre los dedos.

El olor es invisible y sin embargo en los dibujos animados es una nubecita, un rastro de humo que sale de una tarta apetitosa o de un cuerpo. Humo de ti, tu olor que hago visible con mi imaginación y mi memoria, o con ese verso de abuelito Kavafis: “La delicia y el perfume de mi vida es el perfume de esas horas en que encontré y retuve el placer tal como lo deseaba”. El perfume de esas horas es tu olor, humo caliente e invisible, nunca veneno de tabaco, aire de viento, bosque, ciudad acogedora, cuerpo dormido.

miércoles, 1 de octubre de 2014

COCHIFRITO


Foto de Lina Scheynius
Deben de ser las dos de la mañana cuando llegan a la casona. Un bosque de pinos impone su sombra sobre la calle. No pensaba ir a la fiesta de J.  No estaba de humor para romper el cristal de roca de su voluntad de soledad y silencio a prueba de cantos de sirena, tenía que acabar el libro, sin embargo pasó por azar cerca de la calle, de la casa y subió. El cristal tal vez fuera de frágil caramelo de azúcar. Se sirvió un ron viejo con hielo aunque todo el mundo andaba haciendo experimentos con ginebras azules, tónicas raras y semillas diversas. La música era buena, ochentera, sonaban en ese momento los Smiths, después Loquillo y su camión. Cruzó algunas palabras con los conocidos, saludos, conversaciones de cartón. Acabó refugiado en la cocina donde algunos invitados ayudaban a R. con el picapica de la cena. Ensaladas, fiambres, embutidos, tortillas de patata, una fastuosa empanada de pulpo. Ella le enredó para que cortase los quesos, así se han conocido. Dice acordarse de él, de otra fiesta en esa misma casa ¿hace tres años? Él no la recuerda. Nota que ella tiene los ojos muy brillantes y una sonrisa siempre a punto de salir que casi nunca sale. Él no está muy hablador, casi es huraño, sin ganas de pose, pero no puede evitar sonreír también a veces cuando ella le habla de la gimnasia dichosa de hacer masa de pan, del guiso de codornices en aquella peli de Babette, de cierta calle de Praga paralela al río que acaba en una taberna.

Ahora la fiesta desde allí parece que ocurrió hace mucho tiempo. Aparcan el coche fuera. Las luces de la ciudad vibran a lo lejos. Cruzan el jardín abandonado. Le agarra la cintura a la vez blanda y firme y cierra los ojos, se deja llevar, igual que luego. Se desvisten sin prisa, parece una rutina. El resplandor de una farola de la calle se cuela por la ventana. Se quedan un buen rato recostados, desnudos, frente a frente, mirándose, como si el deseo se hubiera quedado en otra parte, pero vive allí dentro. Está muy mojada. Él entra despacio. Luego no hay mucha prudencia ni remilgo. Bebe con mucha sed toda ese agua y más profundo.

Se despierta con prisa. Imagina que es lunes pero sólo es un sábado cualquiera de un año impreciso. No cierra los ojos. Ella entra vestida con unas bragas blancas llevando una gran bandeja de madera que deja sobre la cama. Mira el reloj que dejó por el suelo. Es cerca de la una de la tarde. Ahora es el sol quien le enseña sin disimulos ese cuerpo de festín, pero él ya lo sabe todo, de sabor y de saber. Sobre la bandeja, para desayunar, una botella de tinto del Duero, dos copas grandes y una gran fuente de loza blanca con cochinillo frito que aún sisea, muy dorado, y sus patatas. Nunca ha desayunado así, con nadie. La piel está crujiente, con el salado justo y la carne es tierna, grasa y muy jugosa. Roen cada huesecillo, beben, se miran, sonríen a veces, mastican con hambre las últimas patatas. Se limpian los dedos con la boca, chupándolos y vuelven al sentido de la vida, el único que importa esa mañana. Con un desayuno así no puede escribirse otro final.


PD: Recuerda, para el cochinillo frito, tres pequeños trucos:

1. Tener la carne troceada en pedazos medianos fuera de la nevera, nunca fría, más bien templada.

2.  Freír primero en abundante aceite, no llenar demasiado la sartén y cuando están dorados, pasar los trozos a una segunda sartén que tenemos a fuego fuerte para que se doren con mucha rapidez y quede el cochinillo por fuera crujiente.

3. En la primera sartén dorar antes un puñado de dientes de ajo y salar los trozos de cochinillo una vez fritos, no antes.