jueves, 4 de febrero de 2016

PALOMETA EN PISTO


Se quedo allí sentado esperando, y no volvió nunca. Durante años había construido un hogar, un refugio, un lugar donde nunca les tocase la intemperie, con ventanas al oeste, chimenea, libros para arrumbar el miedo en las noches en las que no nos vence el sueño, guisos para alegrar la piel y la compañía. Pero no fue suficiente. Descubrió entonces que hablaban idiomas distintos y que distintas eran sus edades y dichas.

De todo aquello no queda casi nada, un rumor de olas o de hojas, un olor a veces, una caja de cartón llena de momentos que ya no abrirá. Nombra todo eso sin mover los labios mientras corta los pimientos, pela los tomates y los calabacines, trocea las setas y contempla como se van dorando los ajos en la sartén grande. No se siente viejo, ni cansado, ni derrotado pero de toda aquella vida solo le queda cocinar este pisto con el que luego cubrirá los lomos limpios y desespinados de una palometa que dejará en el fuego apenas cinco minutos. El aroma del guiso se extiende por el jardín. La mata grande de adelfas rojas, la buganvilla enredadora que no soportaba las heladas, la higuera dormida, la parra, los jazmines. Lo cuidaba todo pero nada de esa belleza la sentía tuya. Él prefirió siempre el campo común y descuidado, las riveras de las gargantas, los alcornoques sin dueño.

Hoy el pescado más barato y las verduras más sencillas son ese hogar. Sobre una fuente pequeña y antigua del ajuar de Ángela ha servido el guiso. Moja pan en el pisto y se mete en la boca un pedazo, muy caliente aún, de palometa. Jugosa y consistente, dulce y frutal por la acidez del pisto. El sabor es idéntico a como lo recordaba.  

Todo a su alrededor esta quemado. Y también dentro. Quemado y dormido. Hace mucho frío, pero ha querido salir al jardín destruido y comer ahí, en la mesa de piedra, en compañía del sol y nada más, esta palometa con pisto. El fuego lo arrasó casi todo pero a él no le importan las cenizas, aunque duelan. Después de comer cuelga la hamaca brasileña y cierra los ojos. El frío no le toca. Suena el río no muy lejos, donde ha sido intensamente feliz muchas veces. No había vuelto a cocinar palometa con tomate desde entonces.

Luego se viste de pescador y se pierde río arriba. Y yo escribo lo que piensa: Tal vez ya sea tiempo de encender de nuevo un hogar.

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