jueves, 24 de julio de 2014

ENSALADA DE JUDIAS Y BERBERECHOS


Foto de Carl Warner
Le gusta oler los tallos verdes que tienen los tomates. Acaban de traerlos, aún tibios. El tacto de piel adolescente de las judías verdes. El aroma a mar de los berberechos vivos. Tras pelar los tomates, corta en dados su carne y en pedazos  regulares las judías ya cocidas, añade cebolleta muy picada, luego los berberechos recién abiertos al vapor, sal, un poco de zumo de limón, un chorro largo de aceite. Cocinar le hizo siempre sentirse libre y útil. Tener la certeza de que al menos sabía hacer algo con las manos. No era mucho.

Hace un calor intenso, un aliento africano que empuja a la ciudad hacia un sueño Sahariano. Se refugia en un granizado de lima y hierbabuena y se deja deslumbrar por el libro de James Salter. Nunca supo acertar donde guardar la dicha ni donde atesorar toda esas seguridad con la que se disfrazan los hombres de su edad. Él se siente vulnerable como un adolescente, pero también arrogante, casi siempre perplejo. Lo que sabe nunca lo enarbola. Con tres palabras puede despellejar, extraer la glándula con la que el otro rocía de líquido, de dudoso poder, de chulería educada. Nunca lo hace. No hay nada más patético que un hombre de su edad que no puede dejar de mirar el trasero de las chicas que bajan por la calle con sus culos metidos en pequeños vaqueros recortados. Tipos que aceleran en el semáforo. Miran un reloj cuyo precio es idéntico al sueldo de un año de cualquiera. Saben más de cinco nombres de marcas de ginebra azul y tienen vacaciones en lugares que suenan lejanos. Pero él no sabe nada y de eso si presume. Ignorar le llena de energía, le empuja a seguir allí, aprender, mirar el mundo con asombro, vaga por él, toma notas con sus ojos, escribe algo en el cuaderno, se siente libre bajo la vieja camiseta aunque no  posea nada, casi ni tiempo. O por eso.

Cierra los ojos al meterse en la boca un berberecho o un pedazo de tomate, al tocar el libro, al sentir el calor intenso de la tarde. Ellas en cambio si han aprendido. Son más sabias y no son conscientes de esa ciencia secreta. Unas pocas no pudieron salir de la rabieta silenciosa de haber perdido ayer los treinta, se envenenan con afeites y fármacos, con trapos de colores y con tintes cada vez más rubios. Pero la mayoría son sinceras con el dolor del tiempo. Miran de frente sin esconder casi nada, no se dejan engañar por los cotorreos de los teóricos de la autoayuda, la pereza de sus amantes, las idioteces que recitan las lideresas del mundo o la cara de amargura mal disimulada de la nueva reina. Ellas lo han descubierto casi todo. Saben lo que de verdad importa y lo que no vale nada aunque sigan el juego, la corriente y se pongan a veces el mismo pantalón vaquero de sus hijas y se pinten de rojo los labios. Tienen derecho a esas ínfimas debilidades.

No es mucho saber cocinar. Es casi nada. Termina la ensalada y el libro. Dicen que Venus salió de un berberecho, eso pintó Botticelli más o menos. Para él salió de un viejo libro o de un tomate en sazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario