viernes, 2 de octubre de 2015

TORTILLA DE PATATAS

Tortilla de patatas deconstruida.
Vuelve el hambre, como el deseo, como la curiosidad, como las ganas de caminar. Todo eso que les indica que están vivos, que no son zombies ni vampiros ni tristes ni procrastinadores de ese placer antiguo, sencillo y asequible. Octubre se va filtrando por los días pero el frío no ha llegado a la casa. Si se acurrucan bajo el edredón es por la glotonería de tocarse allí agazapados igual que hace unos minutos descansaban desnudos y en silencio, expuestos a la luz de la tarde, recuperando el aliento, aún saboreando la gustosa derrota.

Admira su piel, morena todavía,  los años invisibles ahí detrás de la carne o el vivir ahora con la certeza de que la historia lo arrasa todo y sólo a veces, las palabras escritas tienen resistencia de roca tallada o belleza de ruina. No tiene pereza entonces para levantarse, pelar unas patatas, desmenuzar una cebolla, batir seis huevos y hacer una hermosa tortilla de patatas poco cuajada, añadiendo a la fritura del tubérculo su ingrediente secreto. Acompaña el festín con un precioso vino trocken criado en el Mosela alemán y un pan ligero que amasaron ayer a cuatro manos gracias a una receta de Susana.

No hay nada más valioso que este tiempo. Lo demás solo es ganga y ceniza. En el mundo de los zombies y los tristes las tortillas se venden precocinadas o convertidas en líquidos estropicios servidos en una copa o petrificadas como estuco amarillento en la barras de bares condenables. Pero ellos están a salvo por ahora, embellecidos por la precariedad permanente de los cuerpos, la fragilidad de la vida, el dudoso porvenir de este siglo y sonríen mientras comen porque a veces una tortilla de patatas casi sustituye al sol.
(de: “El Barco Caníbal”. Fragmentos desechados)

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