viernes, 10 de octubre de 2008

ZUMO DE PAN

Gustave COURBET "el origen del mundo" (Musée D`Orsay - París)
Te llamaba sirena porque solo el mar, sobre él, bajo él, cerca de él te sentías de verdad feliz. Pero a ti no te gustaba la mala imagen de esas bestias, seres embaucadores, devoradoras de marinos, asexuadas criaturas de belleza dudosa. Para mi ese sería tu nombre desde el primer atardecer frente al Atlántico, muy cerca de Lisboa. Hazme zumo de palabras para beber despacio. Me dijiste. Había pasado ya demasiado tiempo, más de veinte años. Ya no somos los mismos. No, ya no había miedo, ni prudencia, ni recato y si deseo por derrochar. Tu viajabas todas las semanas al norte y yo trabajaba en casa. Tu casa. No hice mío ninguno de sus rincones, no traje más objetos que un poco de ropa y el ordenador. Solías volver de Bruselas el jueves y durante muchas semanas solo hablamos el lenguaje venenoso de las sirenas. Silencio, gemidos, nadar. Hasta el día en el que me pediste para desayunar zumo de palabras. No necesité la licuadora, ni el exprimidor de limones, solo enredarme en tu pelo negro y admirar los cambios que se habían producido en tu piel. Te voy a contar un secreto, nada me gusta más que recorrer con mis dedos los cuarenta años de tu cuerpo, nada excita más mi deseo que este tiempo pasado que nos ha cambiado tanto por dentro y por fuera. Pero no te dije nada. Nos enroscamos de nuevo, el uno dentro del otro y toda la mañana por delante. Habíamos estado muy lejos, tenido parejas, hijos, casas, la vida que te lleva cuando no hay más voluntad que dejarse llevar por la marea. Y un día, sin otro prólogo ni excusa que tanto tiempo derrochado te cité en un restaurante y tú viniste. Porqué no, tonto y el amigo Abrahan echó en la sopa la especia secreta de convocar el hambre, o tal vez fuera el vino o tu mano encima del mantel o tus ganas de salir corriendo al mar esa misma noche. Yo no me bañé en ese mar helado y turbio pero si después en tus caderas grandes y en tu espuma, respirando dentro de tu marea, tu sal y tu agua. Vente a mi casa. Dijiste al día siguiente. Si vienes te haré zumo de pan. Recordé entonces aquel plato que nos preparaste un día, veinte años antes, sobre el fuego de una chimenea, en un pequeño pueblo de la Valencia manchega. al que habíamos ido todos los amigos y las amigas en una de las última reuniones antes del éxodo desordenado y triste. El hijo de cuatro años de una amiga, entusiasmado con el descubrimiento de la licuadora que habían comprado su madre para hacer zumos tuvo una idea brillante, mamá, mamá, ¡vamos a hacer zumo de pan!. El placer del sabor está en la memoria de la infancia y a ella se vuelve, primero de forma vergonzante y luego, ya sin miedos, entrando con regodeo, glotonería y gula en los guisos de siempre, esa cocina de la pobreza en apariencia sencilla y poco sofisticada pero que tiene el refinamiento y la sabiduría de haber sabido mezclar los tiempos, formas e ingredientes precisos para convertir cualquier cosa no solo en alimento o guiso comestible sino en lujo para el paladar, los sentidos, la memoria. Pienso en el zumo de pan. ¿Acaso no es el gazpacho o el salmorejo una especie de zumo de pan?. Me viene a la memoria el zumo de pan más auténtico y caigo de lleno en el sartenón, hecho en el fuego de la chimenea, de unos gazpachos manchegos o galianos con su perdiz, su conejo o liebre y su paloma como los que hace mi amigo José Miguel, de sabor meloso e intenso, a la vez suaves y excesivos, un guiso de siempre, redondo, absoluto, quijotesco, de los de compartir sin platos, limpiar con vino y echar la siesta. Zumo de pan inventado por cazadores y gente de campo, anónimos cocineros hijos de la necesidad y la imaginación. No somos lo que comemos sino también lo que cocinamos. Hoy ese es el zumo de pan que añoro, esos gazpachos de mi amigo que huelo y saboreo de memoria. La historia, el pasado, lo que somos o fuimos. La cultura, no sólo está escrita en los libros de historia, también está ahí, en esos guisos del pasado que han superado los siglos, el olvido, las modas de la cocina light, el aprecio de lo ajeno, exótico o caro y el desprecio de lo nuestro, lo cercano y lo barato. Nuestro zumo de pan.

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