lunes, 13 de diciembre de 2010

ENSALADA DE NARANJA PARA TOÑI

(Este soy yo, tengo cara de bueno, pero era un niño salvaje y montaraz)

Cómo no quererla. Y nunca se lo dije. Y ella, sin embargo, lo hizo tantas veces. Con qué facilidad, franqueza, verdad, con la sonrisa de las mujeres que usan el corazón para algo más que para hacer correr la sangre por su vida.

Cómo no quererla. Y nunca se lo digo. Y ella siempre, cada vez que nos vemos. Y yo, siempre que nos vemos, y pasan años, la veo igual, nunca envejece.

Era un bebé y ella una chiquilla, luego yo un niño y ella seguía siendo una niña más, cómplice de nuestras cacerías de ranas, santorrostros, luciérnagas, nuestras peleas, trastadas, excursiones al desván, la casa vieja, la garganta, la cocina de mi abuela.

No tuve que leer a Marx para descubrir que el mundo era un lugar injusto y duro. Ella me contó un día aquel recuerdo simple de su infancia “cogíamos las peladuras de las naranjas que otras niñas tiraban en la calle para comernos la manteca de esas cáscaras”. Me lo contó sin pesar ni amargura describiendo tan solo un pasado transparente. Su madre amamantó a la mía. A pesar de que asomaba el progreso de los setenta, el mundo allí seguía teniendo aire, costumbres, imágenes de un pasado remoto, rancio, atrasado, esa “España profunda” de la que ahora renegamos y sentimos tan extraña cuando aún está tan cerca. A mi me había tocado el azar del “señorito” y a ella el de niña trabajadora, chacha, asistenta, cuidadora, babysitter, cocinera, chica de servir, empleada de hogar se dice ahora.

Cómo no quererla. Y nunca se lo he escrito. Con esa forma de cariño transparente, inagotable, que nace en la infancia y crece con nosotros uniéndonos con un lazo invisible, un lazo que nada ni nadie podrá luego deshacer, ni años, ni distancia, ni silencio. Yo nunca le digo nada. Soy así, lija, poco simpático, poco afectivo dicen, pero a ella no le importa, me conoce bien, me conoce desde que nací, desde niño, adolescente, joven, cuarentañero... Qué receta inventar, que guiso recordar en su honor, en memoria de esa patria secreta de la infancia llena de ríos, veranos, peces, higos, orejones de melocotón hechos por el abuelo Paco, tomates maduros rajados con sal comidos a mordiscos, melonas dulcísimas, ranas con tomate, pájaros fritos, sandías gigantes, una poza oscura y fría donde siempre nos caíamos de noche, lagartijas y culebras por mascota, un desván lleno de peras de invierno, naranjas fragantes, libros antiguos, sables de los antepasados, bañeras de cinc, ropajes con azabaches de bisabuelas ricas, alacenas secretas, cañas de pescar antiguas, maletas llenas de fotografías, alcobas con fantasmas, buñuelos para desayunar, chocolate caliente, picatostes de vino... y esos arroces imposibles de la tía Mado en los que echaba todo cuanto de alimenticio o no se criaba en el mundo sin respetar recetas ni ortodoxias y que, para nuestro asombro, estaba tan rico una vez apartado a un lado del plato todas aquellas cosas de colores diversos que no eran el arroz.

Qué receta escribir aquí.. tal vez la de esa naranja que no pudo comer siendo pequeña, ese lujo hoy por fin asequible para todos. Una naranja grande, madura, en sazón, pelada y cortada en rodajas finas, aceitunas negras, dados de torreznos muy fritos y crujientes, un chorreón de aceite, sal, fina lluvia de pimentón dulce. Ensalada de naranja como aún siguen haciéndola en la Sierra de Gata.

El mundo cambió para mejor. Me fui a Madrid. Casi nunca vuelvo a aquel pueblo. Yo no me convertí en señorito, ella dejó de ser empleada de hogar y hoy, libre por fin, sabia, con las hijas ya mayores, con nietos, viaja por el mundo, hace, decide, pasea por su Cádiz adoptivo, mira el mar, regresa al pueblo y nada le pesa, a pesar del pasado ningún dolor la marca. Es verdad que Toñi parece la misma chiquilla de entonces, la misma, os lo juro, parece que apenas tenga treinta años, ¿cómo es posible?.

Siempre que nos vemos me recuerda nuestra cacerías de ranas. A los ríos si he vuelto, vuelvo siempre. Escribe un poeta amigo en la pared de la ciudad: “siempre que nieva tengo cinco años”. Yo no sé cuantos tengo cada vez que veo a Toñi, muy de año en año, soy un desastre para decir a alguien que no olvido, que la quiero, que me acuerdo mucho de aquel tiempo.

Para mi que es un hada, porque nunca envejece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario