jueves, 24 de diciembre de 2015

PATATAS REVOLCONAS Y CROQUETAS DE CORVINA (dedicado a Manuela Carmena y al Padre Angel) 24 de diciembre de 2015


¿Qué tiene París de bonita? Yo creo que a esta ciudad le han echado mucho cuento. No digo, como dice Jaime, que no tenga historia, leyenda, memoria, tanta gente famosa que vivió por aquí, que escribió de la ciudad y se hizo aquí muchas pajas mentales. Pero ¿hoy? Mucho escaparate, mucho japonés de compras y mucha casona burguesa, pero a París le quitas la torre de chatarra esa, los museos, la pirámide de cristal tan hortera, el turisteo... y se queda en nada, en un cielo siempre gris, un frío que pela, un montón de vagabundos de todos los colores y en unos suburbios feos e interminables sitiándola. 
Cuando llego al comedor Barcelona ya está la cosa hecha. Los paquetes de pasta brick rellenos de patatas revolconas y torreznitos ibéricos recién fritos, la crema de calabaza con cebiche de almejas lista para servir y las croquetas de corvina y gambones con hojas de lechuga de mar crujiente dorándose en las freidoras. La Bruja me rebuzna. Llegas tarde, ponte a servir las mesas. Aquí en la cocina ya no pintas nada. Cunfú me mira con cara de pocos amigos mientras remata con Jaime el postre de manzanas confitadas con ron y miel. Salgo de allí volando con dos platos en cada mano. Veo que a los otros dos alumnos no les han dejado tocar leña y que están también sirviendo las mesas. A joderse, chicos. La clientela es muy surtida y variada: africanos recién llegados que comen con los dedos y se los chupan con gusto, vagabundos con mucha solera y harapos que parecen sacados de un atrezo de Los miserables, mucho jubilado con la rozada chaqueta de los domingos que les queda grande, alguna loca pintarrajeteada y muy francesa, exputa fijo. 
Ya hemos servido los bricks y las cremas de calabaza. Estamos sacando las croquetas cuando una de esa viejas locas me coge del mandil con su mano de arpía, reseca, artrósica, se le pueden ver todas las venas debajo de la piel traslúcida y me dice la tía, no solo en francés, sino en un español arrastrado y gangoso. Muchas gracias, ma fille, eres un angel. Il n’avait pas mangé si bien depuis les jours de la libération. Se me cae la pila de platos sucios al suelo, suerte que son de cartón. No se rompen, no suenan. Nadie se ha dado cuenta. Me quedo mirando a la vieja puta y no sé de dónde me comienzan a salir unas lágrimas grandes, imparables. Comienzo a hacer pucheros como una gilipollas. La vieja se saca un pañuelo del bolsillo de su raído abrigo. Dios, me temo lo peor, un clínex pringoso lleno de mocos secos. Pero no, es un pañuelo de lino, con encajes, planchado a la perfección. Quedaté el pañuelo, ma fille. Hoy me has hecho muy feliz con esta comida exquisite. Y a muchos de nosotros, aunque no te digamos nada. Mira sus ojos. Me alejo de la puta. Miro a los demás comensales, sus sonrisas, el brillo de sus ojos, las conversaciones animadas en todas las mesas, la avidez con la que mastican las croquetas de pescado, el chinchín de los vasos de cartón. Siento un escalofrío desconocido, como si me hubieran contagiado la malaria y estas jodidas lágrimas y el olor a lavanda del pañuelo. Cuando entro en la cocina Toci me descubre. Va a soltar alguna memez por su bocaza gorilera, pero me limpio la cara con la manga, le miro con ojos de perra rabiosa y se corta. Nadie más se da cuenta. Cojo los platos de los postres y salgo de nuevo al comedor. A la primera que llevo las manzanas confitadas es a la vieja. Gracias a usted por el cumplido. Tout le monde a droit à un bon repas, un verre de vin, un lit. Me han salido sin querer las palabras de la bruja, su mitin ácrata trasnochado. Joder, se me está pegando su anarquismo. Cuando ya estoy acabando de servir me fijo en dos tipos que cuchichean. A la legua se nota que no son pedigüeños porque están gordos y tienen el cutis sonrosado y no macilento y grisáceo como el resto. Me encaro con ellos: deben ser dos gorrones o, peor, a lo mejor otros dos críticos chuloputas de esos que en los últimos días ha echado la bruja a la calle en cuanto se ha dado cuenta. Y vosotros ¿qué?, ¿a la sopa boba? Me parece que ahora mismo os vais a ir de aquí a tomar por culo. Pero sale la bruja de la cocina en ese momento y se acerca corriendo hasta la mesa. No, cherri, son amigos, españoles, cocineros como tú. Los he invitado yo. Son buena gente. Muchas veces me han mandado dinero y viandas para el comedor. Te presento a Sacha y a Abraham.

Estos de la cocina son como una mafia, como una peste. Cuando se acaba el turno y se van los últimos honorables clientes, nos sentamos todos con esos dos cabrones en una de las mesas. Sacamos las botellas de sirah manchego que han sobrado hoy, una fuente de croquetas, las algas fritas. Jaime y Cunfú también conocen a estos dos tragaldabas que antes, durante el servicio, tuvieron la caradura de preguntarme si podían repetir el postre. Tienen por lo visto sendos restaurantes de postín en Madrid y son famosos cocineros. Yo no los conozco de nada, ni me suenan. Aquí todo el mundo es un famoso cocinero, pero yo no conozco a ni dios, salvo al tarado de Linneo. Y ya tengo bastante con uno. Pero son simpáticos, se ríen fuerte, beben mucho y no paran de contar maravillas de la cena de hoy y de alabar a la Bruja. Me dan ganas de meter baza y decir que ella no ha sido la única cocinillas, pero no digo nada. Nadie de nosotros dice nada. Es ella la que sale al paso. Yo no, el mérito es de todos estos compañeros que son los mejores cocineros de París. Sobre todo esta. Se llama Lucía y va a dar mucho que hablar en este mundo de la alta cocina porque aquí está aprendiendo lo más importante. Yo me acuerdo de la vieja puta que ha desaparecido sin devolverle el pañuelo. Todos comentan el revuelo de las críticas de Jean-Claude Ribaut y a François Simón en Le Monde Le Figaro. Abraham indaga, pregunta, me embroma. Todo esto no lo has aprendido en la escuela franchute, niña, ¿dónde? Es Jaime quién sale con que Sacha, Abraham, teníais que haber conocido a su madre. Ella ha sido su maestra, la mejor cocinera del mundo asando los pescados. Tenía un pequeño restaurante de playa en San José, donde...Y Abrahan le interrumpe, se levanta y se golpea la frente. Joder, claro, la Carmen, la Carmen Tomé de Níjar, la hostia. Y resulta que el otro gordo llamado Sacha también conocía a madre. Ahora resulta que el cutre chiringo de playa que teníamos era un famoso restaurante, una referencia. Lo dicho, esto de los cocineros es una mafia y están todos compinchados y son todos unos borrachos. Luego, Jaime, entusiasmado por contar con el refuerzo de esos dos, les suelta que soy amiga de Linneo, lo del desastre con el concejalhijoputa, el fallecimiento de madre. Todos se quedan callados, mohínos. Tengo que ser yo la que pinche para que salgan de esa repentina gota de tristeza. ¿Alguien conoce dónde dan bien de beber en esta mierda de ciudad? (de Salsa de Olvido. Inédito)



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