miércoles, 20 de diciembre de 2017

OSTRAS SIN ORO & TITANIO


Sigo creyendo poco en la alienación marxista y mucho en la soberanía del ciudadano (o su lucha). No vivimos por fortuna ningún “Brazil”, ningún “1984”, ningún “Mundo Feliz” (por ahora). Nos pueden ofrecer basura, anunciar, publicitar, aconsejar que la televisión basura o la comida basura o el amor basura o que comprar en esos "no-lugares" llamados centros comerciales es estupendo, divertido, equilibrado, cómodo. Luego elegimos. Podemos elegir. Somos idiotas,  a veces, casi siempre, pero no tanto. Si nos ofrecen televisión basura podemos no verla. Sí, aunque parece difícil de creer, es posible, basta con no encender el cacharro. Tampoco es obligatoria la ingestión de comida basura, ni buscarse un cómodo amor bajo en calorías y con bífidus activo, ni ir a comprar a un aburrido no-lugar-pseudo-ciudad. Hay muchos mercados y tiendas de alimentos, carnicerías, pescaderías, fruterías estupendas en cualquier ciudad o pueblo... Aunque muchos mercados y tiendas de barrio agonizan, los consumidores dejan de ir, prefieren los no-lugares, los grandes centros comerciales. Los hábitos de compra de los españoles han cambiado, les encanta la basura, hay libertad. Ir a los no-lugares se ha convertido además en una forma de ocio-consumo masivo. Los consumidores son soberanos, no son menores de edad, pueden elegir entre la mierda y la comida, entre el ocio en un "no-lugar" y dar un paseo por la ciudad, entre la televisión basura y leer (incluso un libro-mierda es mejor) o vivir la propia vida, cocinar algo bueno, aprender algo útil, divertido o placentero.

Pero también me alejo de esos que dicen que al pueblo "hay que educarlo", a los que se creen más listos y más sabios, esa oscura élite "superior" que decide lo que conviene y no conviene a los demás. Hay que educar a los menores de edad, el resto de ciudadanos ya son mayores, son soberanos, tienen libertad, no necesitan la tutela de nadie. Pueden elegir ver televisión vómito o hacer otra cosa, comida basura o comida de verdad, fumar o no fumar, prensa viejuna o ctxt.es, drogarse o no drogarse, aprender a hacer salsa de tomate o preferir el ketchup. Todo este rodeo para hablar de ostras. Aquí mi hijo Guillermo, que prefiere la ostras al Burger King. 



También yo leí en la adolescencia a Plá y comprendí su fijación por las ostras, su desesperación por no haberlas probado, aunque yo las comí por primera vez con quince o dieciséis años y esa primera vez ya me volvieron loco. El derroche ostrero de Brillat lo entendí mucho después, en la plaza das Pedras de Vigo, desayunándome tres docenas con vinito, soledad y felicidad a partes iguales.

A las ostras, como al deseo, es mejor tocarlas poco, están buenas así, vivas o con poco aliño, A las ostras y al deseo hay que acercarse con hambre, con ganas de guarrear, de comer con los dedos, sin intermedios ni intermediarios, sin importarnos que el agua de mar, de cualquier mar, de ella o de la ostra, se nos escape de la boca. A mucha gente le gusta adornarlas, ocultarlas, quitarlas esa imagen bestial, salvaje, sexual y primitiva. Las entierran en empanadas, rebozados, caldos de todos los colores, oro o titanio, puf, que pereza, no soporto el deseo adornado con lencería fina, ni repujado con técnicas zen, zin o zun, mucho menos el deseo empanado de recato y prudencia y lo del oro o el titanio, bueno, la gente hace locuras por ganarse la vida y para mi es respetable, pero la ostra y el deseo poco hecho, sin oro ni titanio, está más sabroso. Soy poco culto, algo burro y no me gustan los metales en la boca. Además de crudas me gustan en un ligero escabeche tibio de vinagre de manzana o enredadas en alguna leve gelatina que juegue con una sopa de verdura (zanahoria, apio, cebolleta) y su agua (la de la ostra, o la tuya), pero nada más.

Hay no-lugares donde se acumulan miles de consumidores aburridos que luego matan el hambre en alguna franquicia... Hay lugares donde se acumulan millones ostras, montañas de sedimentos ostreros que han sido devoradas por en hombre durante generaciones, miles de años, y esa fijación se nos ha quedado por ahí, en algún lugar del cerebro de Plá o de Brillat o en el mío (y encima no son caras).




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