miércoles, 7 de enero de 2009

LAS NUEVAS BEBIDAS

Salí de aquel infierno cotidiano en dirección a Goya, en Hermosilla había un bar especializado en zumo naturales de todas las frutas y cócteles de bebidas energéticas, necesitaba un “bisonte en estampida” para buscar la solución al lío en el que me había metido yo solito por inocente o por imbécil o por bocazas, por no seguir el primer principio de la termodinámica laboral, la información es poder y todo le cuentes a tu jefe podrá ser utilizado algún día en tu contra”. Y ese día había llegado. Aún no entendida porque me había convertido de técnico de sonido en correveidile, chico de los recados, espía, pelota, cogemierdas del Charli en menos de veinticuatro horas.

El bar estaba medio vacio, una pareja de adolescentes sorbían en la barra uno de esos preparados de color azul fosforescente que eran el último grito de la temporada vitamina PP y F, zumo concentrado de maracuyá, infusión de melisa y Viagra en la proporción justa prometía en la carta de cocteles seis horas de empalme y furor vaginal ininterumpido aunque las palabras que utilizaba Suasenager, el dueño y barman del local eran otras. Me senté en el taburete más próximo a la entrada. Junto a la parejita necesitada de pasión química, una viejecita vestida de duquesa venida a menos o primera comunión años treinta daba cuenta de un “abismo”: zumo de frambuesa, cereza, zanahoria, tomate, ciruelas claudias, vitamina B12 y un chorrito de tauritina aseguraban un color de mejunje rojo intenso dando la apariencia de sangre joven recién extraída de la yugular palpiante de una vestal, así que la anciana podría ser una exiliada transilvana con anemia pidiendo a gritos un chupito de hemoglobina si no fuera por que sabía que aquel coctel estaba especialmente indicado para desincrustar con eficiencia el tracto intestinal “eliminar toxinas” había puesto Suasenager en la carta aunque todos sabíamos que era el mejor remedio contra el estreñimiento severo.

Que alegría verte a estas horas, pero tienes mala cara, tus ojeras están pidiendo con urgencia un Red-Bull con gelatina de liposomas.

No estaba para innovaciones. Anda Suase, déjate de historias y prepárame un “bisonte” bien cargado de lo que tu sabes. El Increible Julk, que era su segundo apodo, sacó una coctelera transparente de metacrilato y varias botellas de diversos colores y tamaños que guardaba en la cámara frigorífica. Suasenager había sido campeón de Europa de culturismo en aquellos tiempos románticos en los que las hormonas anabolizantes y demás venenos para el engorde artificial y prohibido del ganado eran ingeridos con generosidad por los musculitos. Suase seguía teniendo el cuerpo más imponente que jamás había visto aunque todos sabíamos que tenía el higado como una medusa podrida y el pito más muerto que una cucaracha en medio de la M-30.

Un cuarto de zumo de limón, otro cuarto zumito de mango, tres cucharadas de redoxón multivitamínico, medio de concentrado de proteinas vegetales y, el ingrediente clave, dos bolas de gelatina verde. Supongo que aquella gelatina no era demasiado legal, ni para el sistema jurídico vigente en materia de sustancias psicoactivas ni para mi propia ética alimenticia, “ni grasas, ni alcohol, ni azucar”, pero esas dos bolitas de gelatina de zumo de marihuana ya habían demostrado su eficiencia en otras ocasiones. Legal, colega, todo legal, que me las traen directamente de los Estados Unidos, la cuna del puritanismo prohibicionista antidroga. Me había asegurado Suase la primera vez que me sirvió el coctel. Si no quedas satisfecho te devuelto el dinero.

Suase, Suase, me he metido en un lio y no se como salir. Le confesé a mi camello legal. Voy a traicionar a mi mejor amigo y encima no tengo ni remordimientos.

A quién si puede saberse?. Preguntó mientras me ofrecía el “bisonte en estampida” en una generosa proporción.

–Hace una semana desapareció del trabajo dejando el programa colgado y ahora el jefe está empeñado en que le busque para darle una carta de despido, ¡es ridículo!.

–Pero has hablado de traición –Arnold se acodó en la barra y bañó la voz buscando mis confidencias humillantes– ¿en que has traicionado a tu amigo si puede saberse?.

Le conté lo del diario y el empeño de Charli con leerlo y Suase pareció perder todo interés por el asunto.

–Vaya rollo, el diario de Ana Frank versión ese amigo tuyo que bebe vino y come morcillas saturadas de colesterol, ya te dije yo que no era buena gente, un individuo al que le gusta la carne casi cruda y las guindillas en vinagre no es de fiar, aún le recuerdo en aquella cena de hace dos años, despotricando contra los complejos vitamínicos y los concentrados de proteínas de soja, mala gente tu amigo, de mayor tendrá cirrosis y cancer de colon, seguro.

No tenía ganas de defender a mi amigo ante mister músculo 1985 así que apuré en mejunje de dos tragos largos y salí del local. La viejecita también se levantó en ese momento disparada hacia los servicios con la atlética agilidad que da un intestino grueso a punto de descorchar la tapa de la alcantarilla y los dos adolescentes salieron conmigo ansiosos por intercambiar mucosidades intimas y estertores placenteros.

Mientras las dos bolitas de zumo de Maria se disolvía en mi estómago comencé a sentir una agradable sensación eufórica y una insensata valentía. Estaba dispuesto a volver a la casa de los horrores, saltar sobre el viejo jack por sorpresa en cuanto abriera la puerta, dejarle atado a una butaca con el cordón sobredorado de su batín y amordazarlo sin compasión con un buen puñado de buñuelos fríos y gomosos. Al fin y al cabo no era el libro de códigos del botón nuclear sino un cuaderno sobado de tapas marrones con unas cuantas recetas de cocina insana y alguna que otra descripción detallada de los follisqueos de mi amigo, nada que no pudiera leer en el absurdo libro de Simone Ortega que Mera me habia regalado un día por mi cumpleaños con la intención oscura de sacarme del buen camino de la alimentación sana de Montiñac o en la literatura de relleno de una revista porno de quinientas pelas, además mi amigo me había dejado tirado con su parte correspondiente del alquiler del piso sin pagar, así que no había traición sino ojo por ojo o, mejor dicho, no escribas algo que no quieras que lean los demás, además mi sueldo iba a sufrir una justa y necesaria subida sólo por hacer un pequeño encargo para el jefe. Por último me quedaba el consuelo de que si no cumplia lo ordenado quién recibiría la carta de despido o la patada en el trasero iba a ser yo que no tenía ni arte ni parte en esta historia, al margen de ser amigo o ex-amigo de Mera.

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