martes, 28 de septiembre de 2010

LENTEJAS CON TIEMPO

(ilustración de Sheila Alvarado)

Mi amigo M. es listo, erudito, sabio, enamorado, que cocina de cuando en cuando al amor de su vida del presente, cuando comienza la facultad deja de cocinar. Dice que se pierde el tiempo. Esa idea tan unánime de que no tenemos tiempo para cocinar o, peor, de que al cocinar perdemos mucho tiempo.

Perder el tiempo. Cocinar, leer, pasear, follar, tomar unas cañas por ahí… tantas formas de perder el tiempo. Y para no perderlo nos vendieron los precocinados, la tele, el echar un polvo en diez minutos, las prisas, las urgencias, las tareas productivas y las improductivas. Será que a mi me gusta perder mucho el tiempo cocinando, paseando, amando. Quizá porque es lo único nuestro y lo que más placer y gusto da perder, derrochar, gastar a conciencia y porque si.

Perder el tiempo cocinando. No tener tiempo para cocinar. Comer cualquier cosa. Ese discurso envenenado se ha colado en todas partes. Entre los tontos y entre los listos, entre las tontas y entre las listas.

Yo cocino, amo, paseo, vivo en la marginación de los que pierden su tiempo. Hoy unas lentejas suaves y potentes con sus verduras y sus hierbas, su trozo de carne de falda, oreja, morro, morcilla de sangre o butifarra negra, un poco de pollo. Unas lentejas lentas y carnívoras aunque haya desgrasado antes un poco las carnes. Zanahoria, nabo, cebollas, una cabeza de ajo, laurel, patatas del fondo de la tierra. Dicen que la soja nos hace muy longevos. Yo paso de soja. En España, los comedores de lentejas, judías, garbanzos son también muy longevos y no hacemos leche de lentejas o yogures con extracto de lenteja. Unas lentejas lentas, sabrosas, antiguas para perder el tiempo, cocinar despacio y comer más despacio mientras llega octubre.

Me gustan las lentejas poco espesas, nunca rotas o desechas. La legumbre es un lujo y hacerlas bien no es fácil, hay que perder el tiempo. Y saber perderlo. A conciencia.

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