jueves, 3 de marzo de 2011

CODORNICES DE PELÍCULA

Me gusta esa primera escena del cocinero de la película china “Comer, Beber, Amar” y cómo en el caos de la cocina está el orden secreto de su saber. No me canso de ver ese momento, esa energía, alegría, soltura, precisión, verdad. Cómo destripa y limpia el pez, pica las verduras, sofríe, añade, prueba, reduce, cuece… es admirable el tipo, los planos, la secuencia.
Y tú sonríes. Vienes de lejos, de soportar desplantes, usuras, burocracias, palabras de paja. Y vas lejos. Yo no sé dónde, no sé a qué lugares secretos de tu adolescencia quieres volver o en que pozos de tiempo quieres mirar en este juego de la oca de la vida. Quisiera acompañarte, tal vez para mirar yo también en mis pozos, para recordar o descubrir porque no tengo sombra y sí tanto silencio.
También me gusta cuanto Tita hace los colines con pétalos de rosa o cuando Babette hace sus codornices en sarcófago de hojaldre porque los directores de las películas supieron coger al vuelo esa magia de cocinar unas viandas tan sencillas y convertirlas en algo exquisito y, sobre todo inolvidable para el espectador. Nada que ver con los programas de cocina de la tele. Yo hago unas codornices escabechadas con pimientos para chuparte los dedos. No es por presumir.
Y tú sonríes. Volviste de muy lejos. Tal vez aún no has vuelto. Eso pienso y no digo. Si, para chuparte los dedos. Yo te chuparé los tuyos. Bueno, los dedos. Es un decir.
Juega despacio, el tiempo sólo es un mapa del que no conocemos ni los mares ni las tierras y la piel el único abrigo que necesitas para el viaje. Juega conmigo despacio, sin respetar las reglas, ni el principio, ni los saltos de la oca, ni los pozos, ni el seis doble. Tiene mi cuerpo todo el mar caliente por delante y todas las palabras que no me has dicho y todas las recetas que aún no he guisado. Tiene tu cuerpo, seguro, islas, aguas profundas, acantilados, corrientes, coral rojo y todas estas palabras que tal vez te dije, que tal vez soñé, que seguro soñaré.
Y tú sonríes. Siempre te asombró esta seguridad mía. Esta mezcla de inconsciencia, arrogancia, orgullo, inocencia que tan poco vale para esta vida moderna, que sólo sirve para cruzar ríos crecidos y peligrosos pero no para vadear la rutina.
Juega despacio. Nada me gusta más que enseñar a cocinar a mis hijos, leer mientras llueve fuerte, caminar por la ciudad sin rumbo, despertarme de madrugada y recordar un buen sueño antes de volver a él, bajar una cuesta larga a toda velocidad en bicicleta y sin tocar el freno, inventarme un verso perfecto por la calle que olvidaré antes de poder escribirlo, meterme en una bañera con agua muy caliente y flores secas, sales de lavanda, espuma de limón.
Y tú sonríes. Siempre te asombró mi actitud de duende, esa forma de andar un palmo sobre el suelo aunque me vaya tropezando con todos los bordillos, que no haya dejado de lado las palabras aunque crea tan poco en ellas. Si, codornices sofritas junto a mucha cebolla, mucha pimienta, algo de tomillo y laurel, un chorro de salsa teriyaki y luego a cocer despacio con un vasito de jerez, otro de manzanilla y otro de agua. Cuando están hechas mantengo sus cuerpecillos dos o tres días sumergidos en el guiso antes de deshuesar su carne y templarla junto a unos pimientos morrones asados.
Silvia Penide canta: Traigo una herida en la espalda, / me han cortado de un golpe seco las alas y me duele respirar. / Juega despacio con mi pelo entre tus dedos, / juega sin miedo, que no voy a irme de nuevo, me quedo, juega despacio…

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