Primero fuimos crudívoros y nos queda el sashimi y el carpaccio como sofisticadas preparaciones primitivas. luego robamos el fuego a los dioses y el asado inundó nuestra memoria hasta los días de Carpanta y sus famosos pollos o el cochinillo asado, ese bebé de cerdo que horroriza a unos y hace la boca agua a otros. Pero el tiempo de los nómadas se fue extinguiendo y la agricultura nos trajo el pan y con el pan, la alfarería. Entonces la comida fue otra cosa, un festín de pringues o de hambrunas según el azar de las cosechas.
Pan, el pan, un pan. Mi amiga “Su” nos regala una receta de pan. http://webosfritos.es/2011/05/curso-online-pan-milagro/ Pan bendito, sagrado, maldito por las dietas, soñado por los adictos a las salsas, los amantes de los bocadillos o para los que comer pan con pan es la mayor golosina.
“Su” nos regala un pan con el que ir bajo el brazo por la vida para sentirnos felices. Y así me siento hoy. Sigo soñando con lo crudo, lo asado, lo cocido, lo fermentado (podrido que diría Claude Levi Straus. Un buen queso, por ejemplo) y con el pan para acompañarlo todo. Si hay un olor que millones de seres humanos sentirán como el perfecto olor de la felicidad es el olor de un horno de pan, del pan recién hecho, de su sabor y tacto, caliente aún, en nuestra boca.
“Su” me regala un pan y yo quisiera regalarle un achuchón, unas palabras jugosas que fueran comestibles y que alimentasen, unos buenos tomates de verdad, una botella del mejor vino tinto que conozco para que brindase por tanta vida que tiene en su sonrisa, en el azul de su mirada, en su fortaleza de cocinera sabia y que la suave embriaguez de las copas le borrase el dolor de estos días pasados.
Y mientras decido que haré estos días de fiesta el pan de “Su”, es fácil imaginar también cualquier tiempo contigo, cualquier ciudad, bocado, sueño, siesta. No es fácil imaginar la lejanía aunque hoy no compartamos casi nada. Igual que el pan, su sabor, su aroma, su recuerdo, ya habita en mi memoria para siempre. Y también en mi vida cotidiana.
Estar lejos, siempre lejos. Todos los días que pasaron y que pasan ya no existen, cada día más flacos y desnudos de este tiempo caliente y del frío, del dulce, del amargo, del lento. El cuerpo olvida cómo estremecerse, dónde se esconde el placer furioso, cómo se nada en el mar tibio de otro cuerpo. Te arrancan las alas y te quedas en la intemperie seca y afilada que pisas cuando se acabó la tierra de la ternura cómplice y el deseo a punto. Yo he olvidado todo eso.
He olvidado casi todo, pero tampoco quiero recordarlo, quisiera aprender de nuevo, aprender a hacer pan, aprender a tocar, aprender a dormir, aprender a escuchar el susurro de quién dice ¿quieres entrar?. Contigo.
He olvidado cómo se saborea el origen del mundo y cómo la voz suena tan distinta, a eso de las tres de la mañana, en un descanso entre beber otra copa de vino y beber otro poco de pecho. He olvidado el camino, pasadizo, puerta secreta por el que mi cuerpo podría caminar durante horas sin cansarse de amar, reír y follar.
He olvidado, si. También se olvida el instinto. Pero al menos no olvidé cocinar, ni escribir, ni sonreír, ni desear aprender de nuevo… aprender, aprender, aprender. Tu lo sabes.
El jueves hornearé el pan de “Su” para comer con una ensalada cruda y un cochinillo asado. Volver al festín, aprender el sabor del festín. Volver a ser glotón, aprender que la libertad y el deseo, la complicidad y la afinidad, la vida y sus secretos son lo más rico de vivir. Volveré a comer pan con pan como la mejor golosina y a besar sobre el beso como el mejor de los largos viajes. Contigo.
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