lunes, 12 de diciembre de 2011

MIGAS EXTREMEÑAS CON CHOCOLATE

Hoy quiero hacer migas extremeñas con chocolate, receta de mi abuela Ángela, plato de invierno, de hambre y pobres ingredientes aunque tiene también el lujo asequible del cacao. Uno de los platos que más feliz me ha hecho a lo largo de mi vida.
No sé si eras tú o mis veinte años o las reparadoras migas con chocolate que hacíamos a veces para comer, pero nunca he vuelto a echar cuatro polvos seguidos. No había entonces afán de record, ni arrogancia macho, ni intención alguna. Las ganas, la energía, la erección venía de alguna parte que de verdad desconozco. Nunca he creído en elixires, ni afrodisiacos aunque hoy la química por fin hace milagros. Quiero pensar que eras sólo tú.



Vivía entonces de prestado en uno de esos bloques informes construidos por Banús junto a la M-30. Al lado del portal estaba la única carnicería de carne de lidia de todo Madrid, el resto de locales eran una extraña mezcla de bares de alterne y diminutas mercerías sin clientas. Me sentía un desterrado en aquel barrio después de haber vivido muchos años en la calle Segovia, la Cava Baja, la calle Toledo, a dos pasos del centro de todo el universo. Pero allí, a pesar del barrio hostil, en aquel piso anticuado y feo nos amábamos de seguido a veces días enteros, nos sorprendía el sueño a media tarde exhaustos, escocidos, con agujetas, felices y con ganas aún de otro baile.


No recuerdo si te enseñé a picar migas, freír en su punto justo las patatas y la panceta, los ajos, el pimentón sin que se quemara. A remover la sartén para que nos quedasen siempre suaves y esponjosas y el chocolate líquido y caliente con un punto de amargor. Igual que miga a miga agotaba mi plato, recorría miga a miga tu cuerpo explorando sabores, buscando el mordisco esponjoso del pan, el gusto acre de tu pimentón, la melosa patata, el salado pleno de la panceta, el dulce amargor de tus rincones, descubriendo con asombro pueril que hay más sabores en el cuerpo de una mujer que en un plato de migas. Nunca después he podido amar tanto y tan seguido y tantas ganas siempre.


Cuando me vuelven a la memoria esos días por sorpresa o voy por la M-30 y paso por delante de esos enormes edificios creo que también tuvieron su parte de culpa aquellos platos de migas con chocolate. Entonces no poseía casi nada, ni siquiera proyectos, solo el tacto caliente de tu piel y esa forma tuya de mirarme con deseo, sin prisa, sin reproches, sin dudas. Paso de largo. Nunca he vuelto al portal. Pero puedo verte ahora como entonces comiendo ambos las migas de la misma sartén o asando uno de esos filetones  oscuros de carne de toro que comprábamos abajo por cuatro duros y decías siempre que parecían de dinosaurio o leyendo esos versos arrogantes, anticuados y extraños de Keats o de Lou Reed, que me sonaban tan a verdad en tus labios recién salidos de la adolescencia. Así te recuerdo hoy, con ganas de hacer la vida a tu medida, sin pensar en los límites, más llena de vida que el mar, habitando sin saberlo en todos los libros que luego fui leyendo y todas las ciudades a donde nunca iré. Sólo lo que perdemos llega a ser paraíso.

Es domingo y me atrevo a hacer esas migas porque el año se va terminando y todo vuelve a ser tan precario para mi como entonces. Pero no echo de menos nada, tal vez solo la voz atenta de la abuela Ángela explicando la receta y mis ojos de asombro ante ese primer plato de migas humeantes junto al tazón grande de chocolate. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario