No sé si eras tú o mis veinte
años o las reparadoras migas con chocolate que hacíamos a veces para comer,
pero nunca he vuelto a echar cuatro polvos seguidos. No había entonces afán de
record, ni arrogancia macho, ni intención alguna. Las ganas, la energía, la
erección venía de alguna parte que de verdad desconozco. Nunca he creído en
elixires, ni afrodisiacos aunque hoy la química por fin hace milagros. Quiero
pensar que eras sólo tú.
Vivía entonces de prestado en uno
de esos bloques informes construidos por Banús junto a la M-30. Al lado del
portal estaba la única carnicería de carne de lidia de todo Madrid, el resto de
locales eran una extraña mezcla de bares de alterne y diminutas mercerías sin
clientas. Me sentía un desterrado en aquel barrio después de haber vivido
muchos años en la calle Segovia, la Cava Baja, la calle Toledo, a dos pasos del
centro de todo el universo. Pero allí, a pesar del barrio hostil, en aquel piso
anticuado y feo nos amábamos de seguido a veces días enteros, nos sorprendía el
sueño a media tarde exhaustos, escocidos, con agujetas, felices y con ganas aún
de otro baile.
No recuerdo si te enseñé a picar
migas, freír en su punto justo las patatas y la panceta, los ajos, el pimentón
sin que se quemara. A remover la sartén para que nos quedasen siempre suaves y
esponjosas y el chocolate líquido y caliente con un punto de amargor. Igual que
miga a miga agotaba mi plato, recorría miga a miga tu cuerpo explorando
sabores, buscando el mordisco esponjoso del pan, el gusto acre de tu pimentón,
la melosa patata, el salado pleno de la panceta, el dulce amargor de tus
rincones, descubriendo con asombro pueril que hay más sabores en el cuerpo de
una mujer que en un plato de migas. Nunca después he podido amar tanto y tan
seguido y tantas ganas siempre.
Cuando me vuelven a la memoria
esos días por sorpresa o voy por la M-30 y paso por delante de esos enormes
edificios creo que también tuvieron su parte de culpa aquellos platos de migas
con chocolate. Entonces no poseía casi nada, ni siquiera proyectos, solo el
tacto caliente de tu piel y esa forma tuya de mirarme con deseo, sin prisa, sin
reproches, sin dudas. Paso de largo. Nunca he vuelto al portal. Pero puedo
verte ahora como entonces comiendo ambos las migas de la misma sartén o asando
uno de esos filetones oscuros de carne de toro que comprábamos abajo por
cuatro duros y decías siempre que parecían de dinosaurio o leyendo esos versos
arrogantes, anticuados y extraños de Keats o de Lou Reed, que me sonaban tan a
verdad en tus labios recién salidos de la adolescencia. Así te recuerdo hoy,
con ganas de hacer la vida a tu medida, sin pensar en los límites, más llena de
vida que el mar, habitando sin saberlo en todos los libros que luego fui
leyendo y todas las ciudades a donde nunca iré. Sólo lo que perdemos llega a
ser paraíso.
Es domingo y me atrevo a hacer
esas migas porque el año se va terminando y todo vuelve a ser tan precario para
mi como entonces. Pero no echo de menos nada, tal vez solo la voz atenta de la
abuela Ángela explicando la receta y mis ojos de asombro ante ese primer plato
de migas humeantes junto al tazón grande de chocolate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario