domingo, 18 de diciembre de 2011

NI CARNE NI PESCADO


(Ilustración de Irma Gruenholz)
Los cocineros no se ponen de acuerdo que carne de mar es la mejor. Los viejos más caníbales opinan en silencio que nada puede compararse a la carne de ballena. Otros escribieron que los grandes y sabios meros del mediterráneo, más grandes que un hombre grande, más sabios que un hombre sabio, tienen una carne incomparable. En cambio otros podrían matar por el lomo rojo, tierno y crudo de un gran atún de almadraba. Luego, la mayoría, discute sobre el rape, los congrios, las lubinas, los rodaballos salvajes y los cientos de peces extraños que el hombre se ha atrevido a guisar desde el principio de los tiempos.

Yo prefiero la carne de sirena, más no para comer, sino para devorar despacio. La carne de sirena, si la sirena sonríe, si chilla y nombra con palabras nunca oídas los paisajes y secretos que esconden los abismos, es el mejor bocado para quién cree que el mar nos alimenta, nos cuida y nos hizo humanos.

Los cocineros limpian de espinas, piel o vísceras sus preciados pescados aunque la médula del atún, el hígado de rape, las huevas de bacalao o la lengua de ballena suscita oscuras pasiones en los paladares más exigentes. En cambio la carne de sirena, con sus escamas, espinas, vísceras misteriosas y piel de algas apenas es apreciada. Pero para mi, una sirena recién salida del Mediterráneo o del Caribe, cansada de nadar, perfumada con su sudor de espuma y sus cabellos sueltos es de verdad exquisita. Yo me alimento de sirena aunque lo llevo en secreto. No puedo contar a nadie que mis dientes, mi paladar y mi memoria no aceptan ya otra carne de mar que no sea la de cierta sirena que se atrevió conmigo a probar, ella también, la carne enjuta de un hombre de tierra adentro. Pero como hace días que ella no se acerca a estos arrecifes he pescado una merluza. 


Sobre su lomo limpio he extendido un puré de espárragos fritos y mantequilla y he encerrado esa traslúcida carne en el horno fuerte cinco minutos. Después he colocado esta carne, apenas hecha pero caliente, sobre una vinagreta batida y simple de tomate triturado vinagre de jerez (muy poco), aceite, sal, pimienta y huevas de erizo (esta vez de lata). No es carne de sirena, pero tenía hambre.


(dibujo de Ana Miralles)


Los de aquí somos muy piscívoros. Pocos seres del mar se libran de ser comidos en nuestras costas, aunque sean bichos feos como el cohombro o el percebe, el rapé o el congrio. No se libran de nuestro paladar ni las medusas y ni las sirenas. Me muero ahora por unas hortiguillas fritas o un lomo de sirena en su salsa. La carne es débil.

2 comentarios:

  1. Bueno, las merluzas bien cocinadas tampoco están tan mal.

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  2. Acabo de caer en tu blog por pura casualidad y realmente me has enganchado, he leído muchos de tus relatos y desde luego, si no te importa, los seguiré leyendo.
    Besos.
    Rosa.

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