martes, 14 de junio de 2016

CONEJO CON CALLOS (SIN COCACOLA)



Me he quedado sin nieve sin darme cuenta, como si me la hubiera robado de mayo la crisis y sus adalides. Pero tengo a los cerezos y a  las abejas borrachas de paisaje. Es un regalo y un lujo este horizonte de campo en silencio, el rumor de la garganta, el sol calentándome la espalda mientras elijo la mosca que pondré en mi sedal y la sorpresa de sentir, de saber, lo afortunado que soy por vivir este presente, la soledad, la desconexión de todo, la certeza de que el mundo también es todo esto.

Ayer preparé unos callos con conejo de monte. Cocidas y rendidas por separado la víscera y los gazapos, cada uno en su olla y con su decorado. Las callos con su poco de morro, su hoja de laurel, de apio y puerro. El conejo con su tomillo en abundancia, su cabeza de ajo sin pelar, media cebolla, zumo de zanahoria y dos copas de  Jerez dulce. Después, deshuesé los conejos y troceé los callos y el morro en bocados de tamaño adecuado y los guisé ya unidos, muy despacio en un sofrito de cebolla tierna, pimiento secos cornicabra de la Vera, tomates maduros pelados, medio morrón asado triturado y un taco pequeño de jamón seco.

Pienso igual que la colega  Sherry Turkle que cuesta muchos años aprender a estar solo y sentirse así feliz, tranquilo, en paz, sin chismes electrónicos, sin más necesidad de compañía que el silencio. Luego, hambriento, de vuelta a casa, calentaré el festín y me lo iré comiendo muy caliente, soplando a cada bocado, encima de rebanadas de pan de hogaza tostado, trasegando un tintorro conveniente y esperando a que llueva cualquier día. Para salir a mojarme como hace un mes.

Debería escribir también, aunque huya aquí de recomendar sitios, que para eso ya están otros amigos y otros blogs, que me gustan los untuosos callos de Lhardy pero en igual medida que los que hacía la mujer de Silverio, y ahora hace su hija y su nieta en Garganta la Olla. Es muy difícil hacer los callos bien aunque parezca lo contrario y uno, fanático callófilo, puede afirmar que unos y otros, cada cual en su estilo, son los mejores de esta parte del mundo.

Si mi hijo mayor me acompaña a pescar a este pueblo, que amo por sus cerezos, sus gentes broncas pero cariñosas y su bellísima garganta, es también por los callos de Silverio. Así de entrada, como quién no quiere la cosa, suele pedir tres raciones para él solo. Es un placer verle comer con avidez y egoísmo ese guiso, engolosinado y glotón con su correspondiente pringoteo de pan (Nosotros mientras tanto nos conformamos con el cochinillo frito con patatas, tres raciones también, para no ser menos).

Y soy feliz allí, viéndole comer una tras otra “sus raciones”, hecho ya un hombre, aunque acompañe el festín con una Cocacola. Nadie es perfecto.

3 comentarios:

  1. Un tintorro conveniente y raciones de a tres, no esta nada mal, no

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  2. Sobre todo después de estar caminando río arriba toda la mañana. Tenemos tantos buenos tintos... Pero unos callos sin vino es como el sexo con escrúpulos... pierde mucho.

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  3. Vaya, igual que el bocata del pasado sábado 😉

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