viernes, 23 de marzo de 2018

AÑO 6234 BOCADILLO DE PIEL DE AROT


(Dedicado a Ray Badbury)

La oferta es sencilla: dosis de batido con sabores o puré directo a la válvula estomacal. Pero esa no fue la razón de esta revuelta. Sólo los románticos seguimos comiendo bichos y plantas. Hoy por fin he conseguido una buena entraña de Arot. Las recetas de los primeros pobladores de Ulisia alaban el estofado de sus gruesas y jugosas pezuñas o el guisado en salsa de semillas de Umm de su tierno cuello de carne azulada y grasa, pero son preparaciones demasiado primitivas. No hay nada como esa segunda piel del Arot bien embadurnada de aceite de Elinea y acompañada de frutos de ceniza, enrollada y asada despacio, durante cinco horas, en una cocina solar de las antiguas.
Hace muchos años el Arot era una especie salvaje muy apreciada por los primeros colonos de Ulisia. En la etapa larvaria excavaba profundas madrigueras de más de cien metros de profundidad y nunca salía a la superficie. Los exploradores atrapaban las enormes larvas de carne lechosa y gusto a Lecot, ese pescado seco que abunda tanto en el mar de Mur. Cuando eran adultos olvidaban su vida subterránea y vivían entre los extraños helechos boscosos del sur alimentándose de los bulbosos Nurenkos. Hace más de 500 años que se crían en enormes granjas y se alimentan de unas pasta clonada de Nurenkos. Ya no quedan salvajes. Pero la gente desprecia esa segunda piel que es tierna y con vetas rojas y azuladas. Prefieren los enormes muslos traseros que trituran para hacer esas bolitas de carne picada que la gente suele comer entre horas con helado de fresiorías. Consideran esa segunda piel una carne extraña, apreciada hace muchos siglos pero no ahora que la alimentación es un hobby y que por fin nutrición y gusto se han disociado totalmente.

En la antigüedad los humanos dedicaban tiempo a elaborar las sustancias nutritivas que les mantenían vivos. Durante muchos años esta actividad estuvo prohibida por motivos sanitarios en casi todas las colonias, en otras se olvidó porque se consideraba una pérdida de tiempo o una forma absurda de entretenimiento ritual. Pero yo debo ser un antiguo. Me gusta leer despacio en una hoja de libroplástico en lugar de implantarme las historias con el conector. Me gusta caminar lejos, armar esta vieja cocina solar que era de mi  abuela y asar despacio una piel enrollada de Arot marinada en aceite de Elinea y acompañarlo con estas frutillas ácidas que hace muchos siglos se utilizaban para hacer extraños fármacos hoy olvidados. Corto luego el Arot en finas lonchas. Coloco encima pedazos de fruta de ceniza y encierro esta golosina entre dos pedazos vaporosos de pan de trigo marciano. Salen entonces por el horizonte las tres pequeñas lunas y me pongo a pensar donde estarás. También te gustaba leer libros al modo antiguo y saborear un bocadillo de estos mientras amanecía. Tu me descubriste ese vino de uva extraño y granate que dicen que ya bebían los nuestros hace miles de años en la primera tierra para embriagarse y celebrar la vida. Me contaste que el vino más antiguo era de la cosecha de 5400 a. C. pero solo quedaba ya un residuo reseco y rojizo en la vasija cuando lo descubrieron. También recuerdo que me recitaste de memoria unas palabras de un tal Omar Kayan: ”Todos los reinos de la tierra por un vaso de vino! / ¡Toda la ciencia de los hombres por la suave fragancia del mosto fermentado! / ¡Todas las canciones de amor por el grato murmullo del vino que llena nuestras copas!”. Hoy has salido en la noticias. Eres una de ellos. Te buscan. Las revueltas se han extendido a otros planetas por fin. Parece que caminemos hoy por las ruinas del futuro. Pisamos cristales y despojos, dolor y trampas que rompieron con sus dientes todo lo poco que alguna vez fue nuestro. Ahora, además, vamos descubriendo la carroña que alimentaba a todos estos miserables y sobre todo el constante mantra de mentiras con el que se han ocultado durante siglos.  Todos sabemos ya la verdad, quienes son los que mandan y ordenan, los que compran y envilecen el mundo, el tuyo y los otros. Así que hablar aquí, en esta videocarta de lo que comemos y amamos puede parecer un adorno superfluo en estos tiempos o también una forma de lucha, de resistencia, de orgullo, también de fraternidad. En estos días inciertos hablamos, decimos, gritamos, salimos a las calles sin otro abrigo que la palabra, la risa y el hambre ¿recordáis?, parecemos terráqueos antiguos.

Enciendo la cocina solar, frío unos tubérculos de Incas que callan mi hambre y encienden mi sonrisa. Esta noche saldremos a la calle como otras tantas veces hace siglos, a la calle de verdad, dejando los cuerpos virtuales. Nada nos vence aunque pasaron siglos de luchas perdidas y bellísimas ciudades reventadas, derrotas de nieve y de desierto. No porque fuimos muchos, miles, millones, no por que nuestros pasos eran rugido de inmensa minoría, sino porque la razón nunca es monstruo y vivir es nombrar aquello que casi siempre nos condenó a la hoguera, los destierros lejanos, la ruina y el silencio: fraternidad en igualdad, con libertad, comida, cobijo, sueños. Lo imposible desde siempre, cuando llenábamos Tierra. Nada más.

No sé porqué creo que vas a venir a pesar de que todo está vigilado y te persiguen. Te dejo un plato de Incas, un bocadillo de piel de Arot y una copa de vino por si te presentas. Siento que nos da igual caminar hoy por las ruinas del futuro. La mayoría hace siglos que aceptó las dosis de batido con sabores o ese puré directo a la válvula estomacal. La mayoría dejó de leer hojas de libroplástico.   La mayoría olvidó cocinar, ya no se ven cocinas solares ni el los museos inversivos. Te voy a sorprender porque yo también me aprendí unos versos del tal Omar en los que sé que están los códigos secretos de esta revuelta: “Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, / procura ser feliz  hoy. / Coge un ánfora de vino, / siéntate a la luz de la luna y bebe, / mientras te dices que quizás mañana te busque, en vano, /el astro de la noche.”



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