jueves, 22 de marzo de 2018

COMIENDO HUESOS

Foto: complicidadgastronomica.es
Tan simple como un hueso asado. Tan primitivo. Tan fácil. Uno no aspira a la grandilocuencia de la felicidad y sus retóricas. Para eso ya están los adictos al triunfo, los yonkis del éxito, las escuelas de negocios, los cantamañanas de los panfletos de autoayuda y las brujas o adivinas del canal teletienda. Uno no aspira a la felicidad pero si a tocar, de cuando en cuando a la alegría. Y comer tuétano asado.
La felicidad es como un dios exigente y tiránico, requiere nuestra credulidad, sus supersticiones y sus parroquias, en cambio la alegría no exige óbolos, ni cielos, ni reverencias. La alegría es barata, asequible, cercana, colega, muy real y leal. A ella le vale cualquier cosa para manifestarse. No exige ni cinco estrellas, ni aplausos de multitudes, ni eróticas del poder, ni visas metalizadas. Sólo el tú a tú, la intención, la intimidad, las ganas.
Y hoy la alegría es un hueso grande y pelado sin nada por fuera, con todo por dentro. La crisis ha arrasado de este país la felicidad. Sólo beben de ese licor preciado los pudientes, los pijos, los gánster (pero como la han tenido siempre no saben a qué sabe, ni lo que de verdad vale, sólo atisban su precio…) La crisis ha aniquilado en miles de hogares la felicidad pero aún no la ocasional alegría.

Mejor asar el hueso en fuego de brasas, neardenthal, cromañón, bushcraft, con un poco de tomillo y de sal sin refinar por encima. Porque la alegría, las alegrías, pequeñas, cotidianas, de hueso sin carne, no nos las quita ni dios, ni los mercados, ni este gobierno en desfunción que ha ido arrasando todo... y sigue.

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