(Foto: Butayban)
Algunas veces
hemos guisado platos de palabras.
Palabras
sacadas de los libros, de la experiencia, de las voces de otros y hasta de
nuestros silencios. Será por eso que me gusta tanto escuchar y comer.
Buscamos en
los libros muchas veces recetas. Recetas para guisar, también para mejor amar,
para bien vivir, para pasar los tragos duros del presente, pero siempre en la
fabulación, en las novelas y los versos. Nada de libros técnicos, ni autoayudas
ni gaitas. En los libros de literatura están las mejores recetas para casi
todo. En los otros, solo bla-bla, hojarasca, vacío, ruido impreso de charlatán
de feria.
Hace ya muchos
años, en un viejo libro de cocina que aún conservo, descubrí esta antigua
receta deslumbrante, francesa, decimonónica, burguesa y exquisita. El libro fue
un regalo de una amiga que aún lo es y en su honor hice un día el derroche de
este plato:
Corto con la
mandolina finísimas láminas del sombrero de un buen edulis y finas láminas de
foie fresco. Salpimento e intercalo unas y otras a modo de falsa lasaña en un
pequeño molde de metal y por encima extiendo un puré de manzana reineta y
cebolla tierna. Aso y gratino al horno, a fuego fuerte, menos de diez minutos.
Luego, tras desmoldar, rallo por encima un poco o un mucho de trufa negra fresca
o blanca, la que el bolsillo u otras artes pueda conseguir. Mejor colocar debajo una fina tosta que empapará la salsa amarilla.
Acompaña el
platillo una ensalada de escarola marinada una noche en zumo de granada y
aliñada con una gotas de buen vinagre de Jerez y mejor aceite Picual. Sobre
esta ensalada, un poco de hilada de jamón y unas lascas de castañas fritas y
saladas (se hacen también con una buena mandolina…) adornan y enriquecen el
dulce amargor del verde.
Es cierto, las
palabras escritas no se comen, pero muchas veces alimentan.
¡qué rico!
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