Entonces descubrió cuál era la mejor forma de saber si era "amor".
Tenían por delante varios días sin otra ocupación que follar, comer y dormir,
así que en algún momento el cuerpo se quedó atrás. Agotados, satisfechos, sin
embargo en su cabeza querían más, no dejar de tocarse, seguir curioseando en
las caricias. Conversar, indagar de nuevo en la historia de Asja Lacis y Benjamin, reconocerse en ellos, entender que iban de la mano al mismo paso
por esa intimidad, que los dos tenían el mismo empeño glotón de seguir chupando,
besando, mordiendo a la espera de que los cuerpos volvieran a tener fuerzas y más ganas.
Se levantó a cocinar algo rápido. Se le hacía insoportable estar en los fogones, tan lejos, y no allí, en el revoltijo sudado de su cama, pegado a su
olor. Recordó una receta de hace siglos. Repartió en la pequeña fuente, por capas, finas láminas de manzana
reineta y una farsa de migas de bacalao desalado, cebolla confitada y un poco
de guindilla, cubrió la lasaña con una bechamel cargada de nuez moscada y la
metió al horno. Volvió corriendo con ella. Aguardaron con impaciencia unos veinte
minutos. Detrás de la cristalera comenzó una lluvia furiosa o celosa que les escondió el
mar.
Asja, tras volver de Siberia, visitó a Brecht en Berlin. Fue él quién le contó el final de Benjamin. De vuelta a Moscú recordó aquellos días y volvieron a sus labios "lo que había en ella que había sido él".
Si cuando no queda ni rastro de deseo en tu cuerpo sigues queriendo más, si teniendo un trozo de paraíso fuera de la casa prefieres el horizonte de su culo, si hablar de cualquier cosa ya es una fiesta emocionante, si comienzas a comer la lasaña soplando sin esperar a que su calor deje de quemar los labios. "Eso es amor, quien lo probó lo sabe".
(de: “El Barco Caníbal”. Fragmentos desechados)
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