Fue en otro tiempo, ahora dudo si en otro mundo, cuando aún había
lugares solitarios en la costa y todavía era posible vivir junto al mar sin
levantar sospechas y sin que nadie ocupase el horizonte por muchas horas, a
veces días. Con marea alta habíamos logrado pescar un buen pinto. Con marea
baja te entretuviste atrapando casi un kilo de camarones, pero no recuerdo como
llegaron a nuestras manos los dos cocos o el resto de ingredientes a ese
pequeño puerto abandonado de la playa de Cabanas. Tras sofreír el pimiento
verde y la cebolla en juliana fina añado una cucharada rasa de pimentón dulce, medio
kilo de tomate triturado y dos dientes de ajo machacados con aji panca y sal.
Luego el caldo, hirviendo y bien colado, de cocer las espinas y despojos del pinto y todos los
caparazones y cabezas de los camaroncillos, el cuarto de litro de leche de
coco, la carne limpia, cortada en dados del pescado, los camarones y un puñado
al gusto de cilantro fresco bien picado. Apenas tres minutos de hervor y ya
está listo. Chupe de camarones.
Te digo ahora, mientras se acaba el guiso, que "tu y yo
sabemos que la piel de la tierra es azul como el lomo centelleante de las
sardinas. La piel de la tierra es dorada como el pan que saboreo con los ojos
cerrados. La piel de la tierra es verde como un simple ensalada de berros. La
piel de la tierra es roja como un tomate maduro, un lomo de atún, la carne
cruda de buey o una centolla cocida. La piel de la tierra es el mar, el
desierto, la estepa, los bosques y selvas, también los seres que la habitan.
Nosotros, que nos alimentamos de la piel de la tierra y a esa piel herimos
llenando de cicatrices el paisaje". Pero hoy para mi la piel de la tierra es
tu piel. En ella acaricio el mar, el bosque, la pulpa de la vida, el zumo
reconfortante de tu cuerpo tras comer y beber un chupe de camarones como
entonces, un lugar en el que aún no estabas o tal vez sí. En el presente de hoy está reunido todo, aquellos días remotos de Palestina, Kosovo, Guatemala, Venezuela,
Filipinas o Cabanas. También el porvenir incierto (nunca hay otro) y el ahora, este sabor a piel y chupe, a noviembre con sol y bosques a punto de dormir.
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