(Pintura de Francine Van Hove)
El lujo es la pereza, la aspiración utópica de Lafargue. Una forma de ocio cada vez más escaso en nuestro mundo de acción, horarios, metas, viajes apresurados para visitar todo y fotografiar todo. El lujo de la quietud, del desayuno lento, del tiempo por delante. Él huele a café, pero no se levanta, le gusta mantener el sabor de ella en el filo del sueño. Ella aún no se ha quitado de la piel el naufragio de ayer, el de esta madrugada, esa tormenta oscura que provocó la marea del deseo compartido. Saborea el café medio desnuda y le espera para desayunar algo más consistente. Lee tocando las palabras de esa vieja historia de Italo Calvino titulada “Si una noche de Invierno un viajero”. Lo sabe bien, este tiempo es precioso. Tal vez instantes, tal vez horas, quién sabe. Han viajado muy lejos esta noche y no hizo falta alejarse de la cama. La pereza, el placer de la pereza, la lectura, el café, el cuerpo inmóvil de él al otro lado de la mesa y ese asombro de ayer, de olvidar las palabras, de no necesitarlas, de sentirse tan sólo soberanos el tiempo, afortunados, afines, cómplices, amantes. Amantes sin amor, amantes amigos, tocándose con esa lealtad de quién lo sabe todo del otro, de quienes se abandonan a esa desnudez que los deja vulnerables, torpes, expuestos, poco admirables y sin embargo, por encima de todo, se tienen lealtad y deseo.
Deben ser las diez de la mañana. Ella tiene hambre. Le gusta comer, sentirse hambrienta, compartir, dejarse guiar por su cuerpo para comer, beber, amar. Él tiene hambre también, pero ese filo de sueño es tan sabroso, ese lugar de la memoria reciente es tan placentero y nítido que no quiere moverse, ni abrir los ojos, ni decirle: ven.
No hay proyectos, ni sueños, ni cuentas ni cuentos pendientes, sólo tiempo suave y perdido entre dos dormilones perezosos. Todo un lujo. Pero. El olor al café con cardamomo que ella ha hecho es tan irresistible. Él se levanta por fin, reconoce ese libro, pero no reconoce sus formas, su mirada perdida en la historia, el color de sus labios ahora, con esta luz de Junio entre las nubes de la tormenta reciente.
Hicieron pan ayer, juntos, tal vez lo único que han hecho juntos de verdad en todos estos años, receta de una amiga. Pan de verdad que él tuesta y aliña con aceite, tomate rallado, fuet cortado muy fino. Fríe también unos huevos y unos pimientos verdes. Hace más café, exprime mandarinas, licua mango y papaya. Pero lo más rico de este desayuno es el tiempo, esa lentitud tan placentera, este no hacer nada, mirar como lee ella esa historia de este libro tan viejo que le ha acompañado durante tantos años por tantas casas.
No hay futuro, ni intriga, ni sorpresa, solo el placer intenso y silencioso del reconocimiento, de querer y saber aplazar el deseo mañanero para el postre. Pringan el pan en la yema, rebañan los platos, muerden los pimientos sobre el pan, beben café a pequeños sorbos. ¿quieres más?
Él no dice nada, vuelve a la cama. Piensa que nada le gusta más que verle leer su libro, saborear su café, tocar su tiempo, su mañana, su pereza.
Ella no dice nada. Le gusta esta pereza, el café que hizo él, el desayuno excesivo, el tiempo por delante, el viejo libro.
Es verdad, el lujo es la pereza, sentirse amigos, libres, juntos, haber logrado eso, por un día, el respeto del tiempo y de la vida.
Vivalarevolucion!
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