El futuro es esa inmensa y desgastada palabra con la que se construyeron civilizaciones, paraísos, utopías, infiernos y también el latir cotidiano de los miles de personas que paseamos por esta bola de polvo de estrellas cubierta de agua azul y salada.
Guillermo cogió dos truchas grandes que guisé tan sólo fritas, añadiendo a media fritura una picada de tomate pelado, almendras trituradas y un diente de ajo machado. Nunca comí truchas más exquisitas.
Y me veo en el futuro allí, con él, con la puerta de la cabaña abierta, saboreando otras dos truchas grandes del Ransaran, tal vez también agotados de río y de presente y de belleza, sin embargo deseando más tiempo como ese, más futuro.
El futuro es ese deseo de volver a la vida feliz, vivida o soñada, imaginada o descrita con pocas palabras inmensas y desgastadas. La trucha enorme que corrió torrente abajo prendida en mi sedal y que yo sabía que nunca sacaría a la orilla, la ciudad desperezándose a eso de las seis de la mañana de un viernes como hoy, la crisis arrasando con todas las certezas, pero no con los gangsters , este mes de agosto que comienza y añadirá un año más a mi piel y a mis dudas.
He pensado mucho en esas truchas, en esa forma tan simple de guiso: fritura y picada. O no tan simple. De vez en cuando veía los rastros de pequeñas hogueras a pie de río, protegidas con piedras donde quedaba el rastro del espinazo de dos o tres peces. Los pescadores suecos gustan de ese primitivismo de asar lo pescado sobre las brasas con un poco de sal. Pero yo necesitaba el aceite del mediterráneo, las almendras, el tomate rojo, la sartén, el tiempo sabroso del sur.
El nudo que ata la vida al futuro es tan frágil. Por eso desde antiguo, a pesar de utilizar esa palabra para fundar imperios, religiones y mitos, los humanos sospechamos de ella, preferimos los sueños, los deseos, el porvenir incierto… desde el que viene el aroma de las truchas que ha pescado mi hijo Guillermo ya más grande y yo más viejo. El placer es distinto porque las guisará él y yo espero a que estén listas, saboreando un buen vaso de vino, sentado en una pequeña cabaña entre abedules que crecen en el círculo polar de mi memoria.
Tantos años para descubrir ahora que ese era uno de mis más grandes sueños.
Hace años que no como truchas. Por qué son tan malas las que venden en la pescadería? Y ese engendro de la trucha "asalmonada"? Triste.
ResponderEliminarYo no puedo ni olerlas. Me huelen a pienso. Ahora hay una empresa de Guadalajara que vende "trucha ecológica", pero no las he probado. Las que pesco aquí, las suelto vivas (utilizo anzuelo sin muerte). Las de Laponia eran exquisitas y me sorprendió mucho. Entendí entonces el aprecio hacia las truchas de los recetarios antiguos...
ResponderEliminarNo puedo comer una trucha de piscifactoria, me sabe a pienso y cieno.
ResponderEliminarSin embargo en un concurso gastronómico de la provincia de Guadalajara en dici del año pasado donde yo iba de jurado catador, presentaron una trucha a la molinera. Yo la miré con cierto reparo...la presentación era muy sencilla, y a mi no me hace falta más historias, pero el bocado era exquisito..
El plato no ganó y el cocinero salió pitando porque tenía que llegar a un pueblo perdido del alto Tajo...no pude preguntarle de donde había traído la trucha, pero me reconcilió un poco con el tema....No quiero imaginarme las de Laponia, por lo que me has contado
Una y otra vez pienso porqué estaban tan buenas. La sorpresa de todos fue mayúscula porque alguna trucha salvaje española he comido en mi vida. Además las manos, cuando las tocabas, no olían a "pescado", no olían a nada... agua helada, cero civilización y contaminación de cualquier tipo... no lo sé...
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