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Pintura de Lee Price |
Ni las
Versace, ni las de Talavera van conmigo. Pero las que de verdad aborrezco son las vajillas con filo
de oro, las cuajadas de bucólicas estampas campestres en azul o esas otras inglesas
llenas de flores de colores que hacen estornudar hasta a los no alérgicos.
Tampoco me gustan los platos cuadrados y minimalistas o esa moda retro y horrible del duralex franquis-desarrollista.
Pero me gusta la loza tosca y de apariencia primitiva, sin dibujitos ni adornos,
con el vidriado rugoso en verde pálido, arcilla natural o blanco porcelana. O esas
exquisitas vajillas Raku japonesas que se siguen haciendo como hace dos mil años y que
no puedo pagarme.
Sofrío en un
poco de aceite los pedazos de pollo y de congrio abierto y sin piel, aliñados
con un curri suave de Madagascar. Cuando están dorados añado leche de coco,
ramita de cilantro fresco muy picado, dos patatas grandes peladas y cortadas
en pedazos rotos. El guiso cuece a fuego lento hasta que la carne está blanda, las
patatas casi deshechas y el caldo espeso. Acompaño este chupe con un poco de
arroz hervido y escamas de pimentón. Me sirvo una buena ración en este cuenco de loza japonesa y tomo
la fina cuchara de abedul que me compré en Suecia. Sorbo primero un poco del
caldillo amarillento y luego mastico despacio los pequeños pedazos de pollo o
de congrio. He frito a parte la piel del congrio y la del pollo en finas tiras,
crujientes unas, gelatinosas otras, aliñadas con sal y con pimienta, que
contrastan muy bien con la potencia del chupe. Bebo un Syrah manchego oscuro y
perfumado de grosella y tierra que hace José. Dicen que esta uva la trajeron los cruzados franceses
desde Persia.
Una vez, en Corfú,
aliñé una ensalada de lechuga y queso de cabra en un plato griego de más de
tres mil años, el amigo y coleccionista, una vez al año, sacaba la pieza de la vitrina
y la devolvía a la vida para la que fue fabricada por las manos sabias de un
alfarero que firmaba sus piezas con una filigrana negra en forma de cangrejo. Tengo cariño a
este extraño plato Raku de reflejos terroso y dorados y tacto de roca pulida. También a esta cuchara de fabricación lapona con la que nunca te quemas la lengua.
Saboreo el guiso y el vino. Comer con cuchara de palo nórdica, en plato nipón,
un guiso africano del Índico, mojado con un vino persa y manchego, en Madrid, me devuelve la certeza de mi estirpe
de homo sapiens sapiens, variedad gastropitecus de la tribu de los glotones, apátridas siempre.
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Plato Raku |
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