Foto de Azul 2.0 |
Se utiliza la
palabra comodín de “artesano” para vendernos muchos productos que han procesado
las máquinas en cadenas de montaje de lugares remotos donde la mano de obra no
tiene derechos ni vale casi nada. El consumidor cierra los ojos porque compra
barato y no le importa saber que lo “hecho con las manos” por un trabajador que
conoce a conciencia su trabajo tiene otro valor y un sabor distinto.
Hoy me paseo
por la ciudad con el abrigo de paño de Béjar de mi abuelo Fernando que su sastre
le cortó hace más de cincuenta años. El abrigo está nuevo a pesar de que lo he
usado mucho desde mis tiempos de estudiante. Me gusta pescar con la caña de bambú
refundido que fabricó un artesano maravilloso de Jaén y que me regaló mi hijo
Guillermo y el azar. Esta caña tiene alma y casi pesca sola. Y saboreo despacio
unas anchoas suaves y potentes a la vez, carnosas, intensas, deliciosas que me
ha regalado S. No me importa decir la marca, Angelachu, de Santoña. Anchoas
fabricadas de forma artesana, “sobadas” y mimadas por manos muy expertas hasta
convertirlas en las mejores del mundo.
Merece la pena
leer “El Artesano” de Richard Sennett para entender o descubrir lo que de
verdad significa esta palabra en los oficios, a pesar de que los robots o los
trabajadores explotados y alienados sean la norma de las cadenas de producción
del mundo. El saber artesano se acumula, atesora y transmite dentro de una
interacción social intensa, emocional, familiar. Es una forma de vida en la que
importa el oficio y su relato económico, claro, hay que vivir de algo, pero hay
algo más…¿qué mueve al artesano?...
conseguir un trabajo bien hecho, aspirando a lo que el considera la perfección,
por la simple satisfacción de lograrlo. Teniendo conciencia plena de que el
trabajo es algo positivo en si mismo, que le hace feliz, y no sólo un medio de
vida para conseguir dinero.
Los artesanos
siguen resistiendo a pesar de esta globalización nefasta. Sus productos son más
caros pero también mucho más buenos y su precio casi nunca es similar a su
valor. Para mi su valor de uso, su valor de cambio, hasta su valor simbólico es
siempre mucho más alto que su precio y ese valor no se puede comparar con el de
un producto que fabricó un robot o un explotado.
Saboreo las
anchoas sin nada, sin adornos, una a una, limpiando mi paladar con un sorbito
de vino tinto. Se que su proceso de fabricación, para llegar a esta perfección,
es largo y complicado, hay que saber y hay que sentir el oficio de conservero
de bocartes. Hay muchas marcas, muchas anchoas baratas. Más del 80% de las
anchoas que se venden en España vienen de Marruecos, Croacia, Argentina, Chile,
China, Francia, Italia… y muchas son reprensadas para que aparenten mayor
tamaño, relavadas y vueltas a salar y enlatadas en aceites diversos. No son
malas, claro, pero tampoco son excelentes. Es muy fácil diferenciar unas de
otras, basta hacer una cata y comparar, no hace falta tener fino el hocico para
notar la inmensa diferencia que separa una anchoa industrial de una artesana.
Pasa con una anchoa y con cualquier otro alimento.
Buenísimas. Vaya si se nota la diferencia!
ResponderEliminarY tanto. Hay mucha anchoa falsa por el mundo... ahora las lasañas de carne de caballo en Gran Bretaña, ¿qué esperaban de la comida industrial?...
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