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Foto de Hugues Erre |
Mejor siempre el sabor que la forma que lo encarna. El cuerpo es
muchas veces ese actor secundario que hasta puede ser bueno, intenso, memorable, pero nunca la
estrella que deslumbra. Curvas, huesos, arrugas, estrías, penumbras, jeroglíficos de piel que nos regala el tiempo y apenas significan frente a la suave
catarata del sabor (y el olor). No lo dudes, de ahí parte la semilla que nombra la belleza
deseable o la brumosa chispa del amor que durará días o apenas unos años.
Luego, como esas cosechas de mitológicos Lafites o Sicilias, los años preservarán
ese sabor y olor en algún desván recóndito del cerebro, olvidado quizá, lleno de telarañas y penumbra hasta
que el azar o la necesidad reviente el corcho y volvamos a beber de ese cuerpo en días y copas nuevas.
En el huevo no hay trampantojo ni simulación, un huevo es un huevo, el
sabor más democrático del mundo occidental, apreciado por igual, frito, roto y
con patatas, por un monarcas juancarlacios o un paseante cualquiera. Pero cocido a baja
temperatura, perfumado con trufa y escondido en un suave puré de coliflor se
convierte en una cosa sutil y pornográfica con el pequeño crujiente de panceta.
La patria del sabor tiene dos territorios separados por el
espejismo de la imagen, la forma y la apariencia que siempre nos
limita: la lengua y la pituitaria. La una sin la otra no son nada (la vista es engañosa casi siempre). No lo dudes, mil veces
mejor que te digan “me gusta como sabes, como hueles”. Aludir a bellezas y medidas
de bustos o caderas es vulgar, tonto y tramposo.
Huevo a baja temperatura con puré de coliflor trufada (y un olor que aún desees). Seguiremos informando.
Huevo a baja temperatura con puré de coliflor trufada (y un olor que aún desees). Seguiremos informando.
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