miércoles, 6 de julio de 2016

SOPA DE PEPINO

pintura de Reisha Perlmutter
Una lengua de frío entra por la ventana y en lugar de arroparse con un pico de sábana se pega a su espalda. Ahora está entre la brisa de un raro amanecer de julio y la calidez de su piel, dormida aún, o tal vez volviendo de quién sabe qué paisajes. Se da cuenta, atesora cada minuto de ese rato, siente el placer de ese frío y de la tibieza que le espera en un rato y aún no quiere propiciar. Nada queda del tiempo, apenas hilachas en la memoria, fotografías blandas, algunas palabras repetidas o el olor de los dos que siempre va a ser difícil encerrar.

Mas tarde hacen para desayunar y desafiar el primer calor de la mañana una sopa de pepino, un guiso muy antiguo, dicen que sefardí. Ligan pan asentado y agua muy fría, ajo, hierbabuena, dos pepinos hermoso, un poco de pimienta blanca, chorro grande de aceite de oliva, sal, unas gotas de limón. Suma a todo esto un moderno aguacate y le da al botón del vaso batidor. Luego pasa la sopa por un chino y se lo sirve a ella en las copas de dry Martini que se bebieron anoche. La resaca tiene la claridad de mostrarnos el cuerpo y sus fronteras, la delicadeza de todo el mecanismo y la facilidad por ahora de volver de la niebla y refrescar el alma con unos pocos besos y una sopa de pepino mañanera. Quién sabe cuantos Julios les acechan, cuantos raros amaneceres fríos, cuantos martinis para brindar por todo, cuantas veces abrigarse con una piel ajena y cuanto calor para pretextar, después del desayuno, un baño largo en las transparentes aguas de esa garganta que hoy sienten sólo suya.

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