viernes, 11 de febrero de 2011

ARROZ CON GAZAPO Y CIGALILLAS

Me hace feliz el sofrito. La cebolla, zanahoria, pimiento verde, ajo, puerro muy picado suavizándose en el aceite caliente, moverlo con la cuchara de palo, sentir el sol y el saber heredado convirtiendo en hogar mi postiza cocina. Luego añado el arroz, la carne del gazapo deshuesada que cocí ayer en un fondo de verduras, el tomillo y un poco de vino blanco. Más tarde el caldo de las cabezas y armaduras caballerosas de las cigalillas y cuando está casi al dente el arroz, escondo en él sus cuerpos sublimes sin interrupción. Me hace feliz el sofrito, el Mediterráneo de las playas intactas de Níjar, asombrarme de cómo mi cuerpo no es sublime sin interrupción pero si agradecido, delgado, fibroso, leal. Arroz con conejo y cigalillas para hoy, junto a una ensalada tibia de tomate y boletus con brotes de rúcula mientras sueño con esas ensaladas del abuelo Fernando con corujas y berros salvajes.

Me hace feliz el olor del arroz, el ruido de la ciudad, echar de menos el mar, no haber fallado el domingo el tiro a este gazapo veloz, tener la certeza de que cada segundo es un regalo sin precio, exquisito, feroz, delicado, intenso. Y haber conocido el sabor picante y muy fresco de una auténtica ensalada de corujas.

Dice mi futuro editor que adjetivo en exceso. Claro. En exceso. La templanza o la sequedad ya la tengo en el carácter, al menos en las palabras y en el amor tengo que ser excesivo. El sofrito tiene exceso de adjetivos, colores y sabores. El arroz con conejo y con cigalas en un plato de exceso, de fiesta, de felicidad, de reivindicar el sabor de la vida cuando ese sabor es rico y llevará a otros rincones con sabores distintos, para comer de otra forma. Ya sabes.

Los pueblos saben bailar por encima de los tiranos, los pueblos son los que inventan los sofritos, los tiranos sólo saben alimentarse con la carroña destilada de su poder siniestro sobre un plato de huesos chapado en oro. Celebro que los descendientes de los esclavos de los faraones y el resto de pueblos hermanos del sur echen a patadas a quienes les robaban el futuro, la libertad y el sofrito.

A mi nunca me gustaron las pirámides ni sus secuelas, cuándo derroche de trabajo para enterrar el cuerpo amojamado, reseco, ahumado de un tirano con los ojos pintados de rimel. Una pirámide es una chorrada, la trampa cara de una falsa vida eterna. En cambio el invento del sofrito es una obra de arte, de ciencia, de vida. Además no necesita museos, ni novelones de Terenci, ni esfinges llenas de turistas, basta saber hacerlo y disfrutarlo. Hoy comeremos este arroz y brindaremos por ellos y por ellas. Abajo los tiranos. Arriba los sofritos, la libertad, el amor y el “Imagine” de John Lennon.

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