miércoles, 16 de febrero de 2011

RECETA A LA MANERA DE RAIMOND CARVER


(En la foto: Tess y Raimond)
Creo que en el amor no somos más que principiantes. (R. Carver)
Llegar tarde. Te suena tan extraño, tan falso, tan verdad. Llegar tarde a tu vida. Llegar tarde contigo. Siempre llegaste tarde o demasiado pronto a su vida. Muchos años antes. Crees ahora que llegaste muy pronto y no quisiste o no supiste que decir. O si supiste que decir y no lo hiciste. Hablabas entonces demasiado de ti cuando lo que más deseabas era hablar de ella. Pero no lo hacías. Te asombra ahora, tarde, que fueras entonces tan arrogante. Imbécil sería la palabra adecuada. Ha mejorado la precisión de tu escritura, la adjetivación. Comenzaba el verano y eras feliz cenando una pizza con anchoas y una jarra grande de cerveza en medio de la plaza mientras la gente miraba el fútbol. Te hacía feliz pensar que a pocos metros jugueteaba tu padre cuando era un niño muy pequeño. Te hacía feliz la intensidad del sabor de las anchoas, el amargor helado de la jarra de cerveza, el recuerdo, de pronto, de ciertas palabras de Carver rasposas como lija y limpias como la lluvia de ayer.
Llegar tarde a su vida. Porque es difícil siempre llegar a tiempo. Cuando te fue fácil ninguna cosa a ti, joder. Es un milagro llegar a tiempo a ningún sitio. Pediste otra jarra. No lo esperabas, pensabas en la pizza, la cerveza, el sabor de la soledad, caminabas calle abajo mirando nada y entonces la viste caminando por la calle. Otra jarra. Si. Un milagro es no llegar tarde. Tu no crees en eso, en los milagros. Tú no crees en nada. Lo tuyo son las certezas no los milagros. Estúpidas certezas a destiempo. Amarla entonces. Amarla ahora no. Y siempre con el estúpido verano deshaciendo la vida. Cuando acabaste la pizza y la segunda jarra descubres que olvidas muchas veces lo importante. Porque todo lo importante es olvidable. Pero nunca has olvidado su sabor. El sabor de su boca, de su lengua, de su piel. Imposible olvidar ese sabor. No lo olvidaste tantos años. No vas a olvidarlo los siguientes. Estás seguro, es tu certeza, de que si alguna vez enfermaras de alzeimer como el personaje de tu cuento y fueras ya sólo un estúpido vegetal, un trozo de carne inmóvil sin memoria ninguna en la última neurona de tu cabeza se escondería su sabor, el de su boca, el de su nombre. Y si tuvieras cojones para escribir, para hablar de lo que de verdad te quema, sabrías como explicar, cómo decir que nadie te ha hecho temblar a besos. Solo ella. Pero lo tuyo no es ir por ahí hablando de cojones y palabras precisas. Lo tuyo es llegar tarde a su vida. Cómo vas a escribir cómo eran sus dedos en tu espalda. Lo tuyo es escribir mal esa frase de filosofía barata de que has llegado tarde a su vida o repetir, de tu limitado diccionario, otras frases rotundas y gastadas. Se acabó la pizza y la cerveza y la noche para ti. Ella no estaba aunque estuviera cerca. Te escuece por un segundo esa distancia. Pero solo ha sido un segundo. Si llegas a estar caminando por su misma acera. Te sonrojas solo de pensarlo. Debe ser la cerveza, el calor, el escalofrío de imaginar a tu padre de tan niño, ajeno entonces a una vida que a veces has inventado mirando algunas fotos. Llegar tarde a su vida. Llegar tarde contigo te gusta más. Aunque seguramente cuando luego cuando escribas la frase te parecerá una mierda.
Las palabras cortan como un cuchillo viejo y mal afilado. Después te levantas y te vas por otra calle y sonríes, te pasas todo el paseo hasta tu casa sonriendo y recordando su sabor y sus besos y también esa forma de decirte que te estás acercando demasiado. Te sale entonces de nuevo la arrogancia. Llegar tarde contigo. Bueno. Y qué. Mejor llegar tarde que no llegar. Eso si que te dolía muchas noches, muchos años, esa amenaza cierta, muchas veces como una pesadilla. Llegar tarde. Te mueres por volver a su sabor aunque sea tarde. Mejor muy tarde.

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