martes, 18 de octubre de 2011

CENA EN MISIONES




Se asa sobre las brasas un chicharrón trenzado y entra su olor y el humo hasta la tienda. También he hecho un tiradito de surubí con ají amarillo y un poco de maíz tierno.

A veces, no siempre, hay belleza en las palabras escritas o dichas o imaginadas.
Y hay quien las aprecia y saborea. Y hay quien las escucha y las ignora. Y hay quienes no conocen su terciopelo y su filo. Y hay quien sienten solo ruido y molestia.

Igual en la cocina, ante las sartenes y los fuegos, ante los guisos y las salsas. Hay quienes pasan de largo. Y hay quienes acarician, antes de que nazcan, los sabores.

Yo no sabría vivir sobre el silencio y la hoja de lechuga, sin mis lecturas y mis sopas, sin tu forma de leerme y de comerme.

¿Cuál es mi sabor? Preguntas ahora tú. Pero no puedo usar las semejanzas, ni las metáforas, los símiles ni las equivalencias. Pruebo otra vez, saboreo despacio. No te digo que sabes igual que me saben a veces muchas de las palabras que están escritas hace muchos años, que escribieron otros que ya no están, que se pronunciaron hace siglos en otras lenguas por otras bocas en otros libros y otras ciudades.  El viento sube fresco a la colina e imagino que suena la música guaraní que guardan estos adobes y estas piedras, las ruinas son hermosas y el Paraná y el Yacuy Guazú no queda lejos.  Esta mañana he pescado allí dorados y un surubí y he sentido como su piel de oro y su piel de tigre estaban llenas de palabras muy antiguas. Por eso ahora, antes de que salgamos a devorar el asado o a que nos devoren a nosotros los zancudos, busco en tu piel el sabor preciso de todas las palabras que te visten, pruebo tu sabor, degusto tu carne, leo entre tus pliegues con los ojos cerrados. El asado debe estar ya en su punto pero antes, como entrante, estas cervezas y tú. Festín de silencio, salazón de palabras y zumo de tu cuerpo.

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