Dibujo: Andrea María Duse
Paellera fenicia donde se hace un sofrito de cebolla, pimiento verde, calabacín y tomate maduro, contramuslos de pollo troceados, caldo de morralla. Luego fideos gordos. Unas gambas crudas y briznas de azafrán para engalanar una cena sencilla y rica. Pero el viento de la noche, el vuelo de una lechuza traviesa que viene a visitarnos y el vino de nuestras copas es reserva de príncipes porque hoy el tiempo es sólo nuestro y pasa tan despacio como la Vía Láctea hacia el confín del Cosmos.
Volver a lo cercano, a lo que se esconde entre el bosque da la memoria y el río de la infancia. Volver a la cultura de lo que destilaron miles de días en miles de fuegos distintos hasta cuajar el guiso en nuestra casa, en manos antiguas y ahora en mis dedos de cocinero olvidadizo. Suena una cantata de Mozart, tal vez la última que imaginó y compuso.
Fuimos nómadas, curiosos, poco tribales. La palabra “nuestro”, “aquí”, “cercano”… no nombra territorios, ni patrias, ni regreso. Somos del ancho mundo aunque a veces, sentados en las arenas caliente de ese río o rozando con los dedos las hojas de los castaños y oliendo el rocío de octubre en los helechos algo nos estremece. Volver a lo cercano más no como refugio, ni como nicho, guarida o fortaleza. Sólo volver para soñar un rato, para saborear las castañas crudas, oler las setas, pisar la sombra de las hojas a punto de caer. Pero nunca volver para quedarse sino para partir de nuevo, cada vez más lejos.
A falta de arroz bomba utilicé los fideos. Me gustaría haber añadido el lujo de unas almejas y unas judías tiernas pero quería salir pronto de la cocina a sentarme contigo y sentir que también hoy es verano aunque diga el calendario que desde ayer ya estamos en Octubre. ¿volviste ya de tu viaje?.
Tal vez no me escuchas, no te crees que los nómadas caminan sólos y sólos gustan de sonreír ante un sabor recordado, el sonido de una voz, el ruido de tanta gente que se siente segura en sus ciudades, tal lejos hoy. Sólo, pero no solitario, porque el nómada gusta de compartir caldero con otros caminantes y dormir abrazado a quién ama y dejar que el silencio y los ojos tan cerca nombren el tiempo sabroso y deseado. El nómada no odia, ni olvida, ni abandona pero tampoco atesora, ni toma, ni arranca para guardar. Al nómada le gusta contar historias, se embriaga con la música y da a las palabras el valor que en otras islas tienen las perlas y los collares de cuentas de vidrio rojo.
Fideuá en paellera fenicia bajo lo lengua de estrellas de un rabo de galaxia y el vuelo curioso de un lechuza. Me gusta la soledad, el silencio, la lentitud, los ríos en abril, el primer sol cálido de marzo, la última nieve espesa de febrero, la semblanza que hace de Mozart un escritor nómada llamado Mauricio Wiesenthal. Mozart, el más grande, sin embargo fue despreciado, ninguneado, pagado pobremente, engañado, perdido, agotado. Mozart, ¿puedes imaginarlo?,el genio que casi nadie valoraba, enterrado en una fosa común en el féretro más barato. Pocos años después limpiaron esa fosa y no quedó ningún lugar al que llevar unas rosas, ¿puedes creerlo?.
Comemos la fideuá y suena la cantata masónica “elogio de la amistad” a coro con la lechuza, la música de las estrellas, el silencio de esta noche, la brisa por fin fría y el sabor del vino joven que enredará nuestros los sueños. Seguro que a Mozart le gustaría una noche así, una cena así.
Me repito:
ResponderEliminarpero
Bravo