lunes, 17 de octubre de 2011

SOPA DE MEMORIA II

(Foto de Konstantin Alexandroff) Debe haber ahí fuera cuatro palmos de nieve helada y el termómetro marca menos veinte grados pero lo que más me impresiona es este silencio y luego, a eso de las cinco, el sonido de las ruedas de clavos por el camino y los tres pares de alógenos de tu coche rompiendo la penumbra de la tarde y asustando a los abedules.

Me hablas de la ciudad, de los líos de la oficina, del nuevo edificio, del alce que se te ha cruzado en la curva del puente viejo. He traído el paquete que enviaron de España con el vino y el pan. Estoy haciendo una sopa de cachuelas.

Te quitas la ropa de mujer seria, coges mi cebollero preferido y me dices ¿te ayudo a cocinar?

Preparo una ensalada de pepinos agridulces, manzanas secas y salvelino ahumado.
Abro el vino. Cierro los ojos. Me sirvo una copa abundante.  Sabe a otoño verde, a madera ahumada, a cerezas secas,  a zumo de granada. ¿Por qué el buen vino, siempre, evoca tantas cosas?

Sofrío en un poco de aceite de oliva los dados de hígado de cerdo que antes he adobado ligeramente con pimentón. Los retiro y añado la pequeña cebolla tierna muy picada. Cuando está blandita pongo en la cazuela los tres tomates rojos sin piel y sin pepitas cortados en dados pequeños, cinco minutos después vierto un vaso de agua al que he añadido un diente de ajo machado, la sal y un puñadito de cominos. Por último sumerjo en el guiso los dados de hígado, dos vasos más de agua y dejo cocer despacio al amor de la chimenea largo rato. En el momento de servir, en una fuente honda llena de pan asentado, cortado en finas lonchas vierto la sopa. Acompaño este guiso con unos pimientos secos y después fritos unos pocos segundos para que queden muy crujientes.

Son las seis y ya es noche cerrada. Me preguntas si esta sopa es típica de España y que significa "cachuelas". No lo sé, yo la aprendí en un pequeño pueblo del suroeste que está en un valle fértil y muy verde en el que se cultivan los cerezos, el tabaco, los pimientos, los higos, las castañas. Un pequeño valle lleno de gargantas de agua limpia y de robles sabios. No le digo que el sabor de esta sopa me recuerda a mi infancia. Salgo a la noche helada a fumarme una pipa. Te vas a congelar. Esta noche tan serena puede que baje el termómetro a treinta bajo cero. Nunca pensé entonces, con quince años, que iba a cocinar hoy tan cerca del círculo polar y que escribiría durante horas mirando a un bosque dormido, que me gustase tanto el frío, la nieve, el silencio. Dormir bajo una manta de piel y soñar despacio con los olores verdes de abril en un pequeño valle del sur. Te acaricio y me alegro que hayas dejado el cuchillo cebollero en la cocina.

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