(Relato-receta dedicado a Agustí, David, Fran y Jaume, compañeros de pesca en Laponia)
Caminas a la caza de los últimos parasoles de este año
de derrotas. Galipiernos los llaman por aquí o macrolepiotas los seteros más
ilustrados de Extremadura. Has cogido este año pocos boletus y pocas amanitas
en esta tierra donde ya desde tiempos del Imperio Romano los césares mandaban
rebuscar por esta tierra su seta preferida. Este año hasta los hongos han sido
escasos. Sigues caminando entre los claros de los robles y los helechales con
tu cesta de caperucita feroz y con la misma emoción de siempre cuando sales al
campo, a pesar de este frío, de la crisis y de tantas incertidumbres que traerá
el nuevo año.
Pero hoy vendrán a comer cuatro viejos amigos. Piensas
ahora con sorpresa que regresan a casa desde los cuatro puntos cardinales del
mundo. Alex del gélido Norte, de la patria de los gnomos y las auroras
boreales; Victor del milenario Este donde Minos o Ulises descubrieron que la
única patria es la memoria; Teo del tibio Sur al que se fue huyendo de la
tristeza y encontró en el desierto algún secreto que no cuenta; Ramón del Oeste
aquel donde fray Junípero Serra fundó misiones y ahora el cine guarda sus mitos
y sus negocios. Uno traerá vino, otro un buen foie, el tercero queso, el último
pan y tú pones este horizonte de invierno y también el fuego de tu cocina. Sois
amigos desde la adolescencia, pero cada cual probó a conocer el mundo a su
manera, por caminos distintos, con profesiones diversas y con sueños o
ambiciones casi opuestas. Muy distintos, pero amigos aún, treinta años ya
juntos aunque lejos, de no romper el hilo que aún os une, de seguir con las
risas y la fiesta cada vez que el azar vuelve a juntaros como hoy. Tal vez todo
se derrumbe de nuevo, pero no esta certeza de
amistad a lo largo, de aquel verso de Biedma.
Con los parasoles que llevas ya en la cesta y el foie
fresco que ha traído Alex vas a hacer una lasaña de lujo. En cazuela de barro
circular y honda, del tamaño de un galipierno grande, vas colocando una seta
entera y sin pie y una capa de foie crudo cortado en finas láminas. Son cinco
setas y cinco capas de foie que salpimentas antes con pimienta recién molida y
sal gris de Gerande. Media copa de Jerez en el fondo y horno fuerte diez
minutos. Sacas la cazuela y añades entonces por encima una ligera salsa Mornay
en memoria de los suntuosos platos del Grand Véfour que nombraba tu abuelo
viajero, derrochador, exiliado, sabio. Esta besamel no tiene mucha trampa y
nada de cartón, pero dos yemas crudas de huevos muy frescos y esta buena cuña
de requesón de cabra de tu vecino el pastor dan a la salsa una untuosidad
delicada y al gratinado un dorado perfecto. Quedan para otro día los callos con
tomate, la sopa de cebolla, los atascaburras con piñones, la sufrida y barata
tortilla de patatas y otros guisos que les hiciste muchas veces, adecuados a
esta crisis de gangsters que nos anega, pero no para la comida de hoy. Porque
piensas que hoy el destino o el azar o la voluntad soberana de cada cual va a
barajar de nuevos vuestros caminos y es necesario un guiso de importancia,
original, distinto, memorable. Porque son tus amigos y ya habéis cruzado juntos
la mitad de la vida. Uno fue derrotado y anda buscando, ligero de equipajes,
cómo y dónde empezar de nuevo, otro sigue luchando con una enfermedad de nombre
infame, el tercero regresa de fotografiar una guerra que prefiere ni siquiera
nombrar, el último ha descubierto que la ambición y el dinero ya no mueven el
mundo sino que lo destroza y es mejor no ser cómplice, y tu vas a guisar para
todos esta falsa y rumbosa lasaña para que sepan que nada importa demasiado
salvo vivir, resistir, comer, festejar juntos.
Es importante en la receta que las setas no estén
húmedas, nunca lavarlas, es mejor quitar los rastros de tierra con un cepillo
fino. Las capas de foie deben ser finas y la última capa que quede por encima
no será una macrolepiota que se secaría con el horno sino de foie. También te
gusta que la besamel sea ligera, que el queso de la Mornay no sea fuerte y que
la nuez moscada que rallarás para el toque final sea de calidad. Acompañarás la
ración de lasaña con unos pequeños paquetes de pasta brik rellenos de morcilla
de calabaza unos y de queso de la Serena otros. Cierras los saquitos de pasta
brick con un tallo de cebollino y en cada saco apenas introduces una cuchara
sopera de morcilla fresca o de corazón de torta. Freír en aceite caliente y
listo. Sonríes al pensar que así discutiréis de nuevo si la verdadera y
ortodoxa morcilla debe ser de cebolla, sangre, arroz o calabaza o si la torta
del Casar es más rica o menos que la de la Serena.
Habláis, coméis, bebéis, reís. No queréis
reinventaros, ni ser flexibles, ni tampoco dejaros desolar porque os hayan
largado del trabajo. No queréis asistir en silencio a las decisiones de los
remotos dueños del mercado o la voces melifluas de sus apologetas y leguleyos.
Es tiempo de nuevas revoluciones, de no dejarse arrastrar por la inercia de una
realidad que inventan lejos y que es falsa. Es tiempo de volver al fuego, a
cocinar despacio, a no ahorrar tiempo, ni venderlo, ni olvidarlo. Es tiempo de
no avergonzarse de tener memoria en el paladar, en el deseo, en las utopías, de
tener la certeza que la amistad tal vez sea ya la única ideología en la que
debéis militar. Y cuando mañana
volváis todos al camino, a buscaros la vida, a recorrer el mundo sin demasiada
protección, sin visa oro y sin seguro de viajes, lejos de nuestro hogar, por el
frío Norte o el tórrido Sur, por el inquietante Este o el agresivo Oeste,
tendréis la certeza de que en verdad el hogar está donde cualquier fuego o
cocina os asombre el hambre, donde cualquier amigo os cuide y alimente, donde
cualquier desconocido os ayude y escuche. No hay otro hogar, no hay más hogar
que el que evoca el sabor de un alimento o las palabras que nombran las cosas
más valiosas y que no tienen precio, ni las puede aniquilar la crisis, ni el
tiempo, ni el olvido.
Te hace feliz cocinar para ellos. Para mojar esta
lasaña de setas y de foie, para limpiar la intensidad de la fritura de brik, el
espesor dulce de la morcilla de calabaza, la acidez de la torta de la Serena,
todos han traído un vino Alex su Burdeos preferido, Victor un Sauternes, Teo un Cava, Ramón un Ribera de Duero y
yo he sacado un Priorat que hace, no muy lejos de aquí, un amigo también de
mucho tiempo.
Comer, beber, festejar. No os hacen falta demasiadas
excusas o pretextos. Cortas dentro de la cazuela la lasaña de parasoles y foie
en cinco partes. La grasa intensa y amarilla de la víscera ha empapado la carne
de las setas. En la boca se deja sentir ese sabor fuerte con la untuosidad
sutil de la Mornay. Se vacían las botellas y los platos. Hay risas y palabras,
aventuras, burlas, complicidad, tiempo detenido. Alguien alza la copa y las
alzáis todos. Por esta amistad a lo
largo. Salud.
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