Me asombra el “clasismo” de algunos alimentos. Su
designación como comida de las élites que luego tienden a emular o imitar el
resto de clases sociales. Y viceversa. Rancho de pobres que se convierte en
golosina de potentados. El caviar alimentaba a los pescadores del Caspio igual
que el salmón ahumado era la comida barata de los leñadores, o los erizos y la
espardeñas eran una comida marginal de humildes pescadores. Y así mil.
La emulación e imitación de las élites mueve una
parte del mundo y de la economía como bien lo explicó Pierre Bourdieu en: ”La distinción.
Criterios y bases sociales del gusto” y antes Werner Sombart en “Lujo y capitalismo”. El caso más chusco y
caricaturesco es el de las falsas angulas hechas de surimi, que es un invento
español o ese empeño pertinaz en devorar insulsos y gomosos langostinos
ecuatorianos por Navidad. Ahora son el cocido, el bacalao, las lentejas, la
tortilla de patata, los callos, el tomate “pata negra” o los huevos estrellados alimentos preciados de los monarcas y la elite que “entiende” de la cosa
gastrósofa. Y así mil.
Uno intenta no imitar ni hacer ascos a
casi nada siempre que los humanos, sea cual sea su cultura, lleven comiendo la
cosa unos cuantos siglos, pero recela un poco de lo nuevo, lo transgénico, lo
inventado antes de ayer por las multinacionales petroquímicas para llenar la andorga o engañar el paladar. También yo
como surimi, no siempre va uno por el mundo de sublime sin interrupción, pero
me es imposible no dejar de pensar que esa pasta de proteína de pescado se hace
con toda la morralla de los barcos factoría que lo mismo vale para hacer abono,
pienso de gatos o falsas angulas. Así que si por la mañana, tras la cena
sucedánea, uno dice miau o le crece el pelo fuerte y verde no se extraña
demasiado, es cosa de los alimentos modernos.
Últimamente tenemos muchos políticos
surimi, que no son ni carne ni pescado. Debe haberlos fabricado algún barco
factoría de esos, con puré de morralla. Se creen que no, pero todos nos hemos
dado cuenta de que son sucedáneo aunque sean muy votados.
Y mientras, las angulas de verdad, las
siguen comiendo los de siempre, aunque digan que les gusta mucho el cocido
madrileño o maragato. Pero todos nos hemos dado cuenta que mienten, y no precisamente por los gases.
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