(Foto de Carlos Hernández Redondo)
Amanecer.
Hambre. Comer algo ligero. ¿Las sobras de la “olla poderida” para desayunar?,
¿un cocido? ¿maragato?, ¿extremeño?.. con el tocino gelatinoso en el que pringar pan y un
caldo consistente e intenso para sorber ruidosamente…
El campo esta
lleno de escarcha, de helada, “de pelona” como dicen mis paisanos. Los
cristales de hielo brillan derrochando belleza para nadie. Arrimo dos piñas a
cuatro troncos de remonda de encina seca y el fuego nace y crece alegre para
alejar el frío y proponer una mañana lenta. Pasan las avefrías cerca del
ventanal con sus alas largas y su moñicle en la coronilla.
Dicen que leer
no es vivir sino dejar la vida, siempre escasa, en un suspenso entretenido.
Igual que dicen que cocinar es perder el tiempo cuando hay tanta comida rápida
en oferta. Leo. Cocino. No dejo en suspenso la vida.
Meto el tocino
caliente en el currusco de pan y lleno el vaso de vino. Salgo fuera. Mastico
despacio. Sale vapor de mi boca y humo de la chimenea. Vivir es eso, sentir el
frío, tener hambre, disfrutar con un bocadillo de sobras para desayunar y un
amanecer de invierno limpio y silencioso. Llegarán los chicos dentro de un rato
y me contarán sus cuitas, descubrimientos, dudas, novias, lecturas, broncas,
proyectos. No vienen mucho pero sé que les gusta venir, de cuando en cuando, para
sentirse cuidados por su padre, para dormir sin que nadie les moleste aunque
sea ya casi mediodía, para comer las cosas buenas que sabe hacer uno y que
luego les cuente la historia extraña y larga de todo eso que tienen encima de
la mesa y que es tan apetecible, antiguo y verdadero. Este cocido por ejemplo.
Metidos en la
prisa, la vorágine de ser y parecer en todas esas ciudades adornadas por una
boina marrón de humo aceitoso uno se hace la ilusión de lograr algo, de estar
enterado, trabajar en la pomada, en la cresta de la ola, en lo moderno, el
triunfo… hasta que algo cambia y uno ve el trapo, el engaño, el truco, la paja, la
trampa. No es pose. Hay quien descubre todo eso minutos antes de palmarla y hay quién lo descubre
un poco antes. Mejor hacerlo antes, que después es un fastidio.
Nada me gusta más que pasear por una gran ciudad y sin embargo, en ningún lugar estoy más en paz con los hombres y con mis entrañas (algo distinto escribió Don Antonio) que aquí, saboreando este currusco entocinado y bebiendo el caldillo caliente y el vino esta fría mañana de enero.
Nada me gusta más que pasear por una gran ciudad y sin embargo, en ningún lugar estoy más en paz con los hombres y con mis entrañas (algo distinto escribió Don Antonio) que aquí, saboreando este currusco entocinado y bebiendo el caldillo caliente y el vino esta fría mañana de enero.
La olla
poderida estará a punto al medio día, con los chicos ya aquí, ganduleando
felices y uno les hablará del gusto del tío Paco Quevedo y Villegas por este
guiso hace ya muchos siglos y de la importación de este exquisito pecado a
todos los palacios de aquella Europa barroca. Luego, ya embalado, les contaré
como la helada de hoy embellece el mundo y nos hace felices sin tener que
pagar, ni viajar a lo remoto, sin tener que comprar ningún aparato electrónico, ni ninguna rebaja de enero. El frío y su belleza es gratis.
Leer y cocinar
no sé si es vivir o sólo adorna el paso de los días. Si es así me gustan los
adornos, esta bisutería fina a la que añado la escacha mañanera de hoy. Las joyas
las dejo para otros, para otras. Porque además el diamante más perfecto y más bello es el de hielo. Va por Usted Don Antonio.
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