(Ilustración de Montse Martín)
Te habías
cortado el pelo como un chico y mirabas a la vida con la arrogancia y el
orgullo de los veinte. Has olvidado esa fotografía. Yo la tengo guardada aquí
en la memoria y a veces la manoseo y la miro despacio, intrigado, sorprendido
de no poder colarme por esa ventanita de cartón en blanco y negro y preguntarte.
¿Qué te gustaba comer entonces?
Luego salto a
otra, diez años después. Te sujetas en pelo con la mano. Tu sonrisa forma
hoyuelos bajo los pómulos. La imagen tiene un filtro rojizo y tus ojos miran al
futuro con un brillo tan intenso que me cuesta imaginar en qué pensabas. ¿Qué te gustaba beber entonces?
Muchos años
después, ahora que la ciudad y casi el mundo entero sufre un lento derrumbe
silencioso, antes de salir a la calle más desnudo que nunca y con la certeza de
que la intemperie nos herirá sin remedio, me meto dentro de esas dos
fotografías y en esas dos preguntas. Hoy sé que te gustaba comer y beber la vida entera y que
nunca se te agotaba el hambre ni la sed.
Yo me he hecho
el bocadillo que me gustaba entonces y que me sigue gustando ahora: media baguette untada en tomate rallado
con aceite para guardar dentro un poco de fuet cortado fino y un botellín
helado de cerveza.
Cuando amamos
a alguien, siendo siempre el verbo conjugado en presente, descubrimos con
asombro que la flecha del tiempo vuela también hacia atrás y atraviesa la
historia y se posa en cada momento en el que eras aún sólo una desconocida. ¿Y
hacia el futuro? Quién sabe. Lo por venir es el territorio de la fábula y la
trampa. Un lugar que no existe aunque nos guste el engaño y sus sueños.
Cuando amamos
a alguien es un placer alimentar a su cuerpo, cocinar para él o para ella. Más
no sólo es un placer. Quién no sabe alimentar y cocinar a quien ama es un
triste eunuco, un torpe amante, un farsante que nunca se preguntará que te
gustaba comer y beber entonces, cuando aún no existías en su corazón, ni sabrá
nunca, al mirar una fotografía de tu juventud, que la belleza tiene sabor y ese
sabor no caduca.
Me como el
bocadillo, me bebo la cerveza. El sabor de tus veinte, el sabor de tus treinta,
el sabor que tienes ahora en el presente es el mismo. Te quiero de postre
¿puedo?.
Puedes...
ResponderEliminarY por dónde comenzar... ¿eres bizcocho?, ¿helado?, ¿manzana?, ¿queso?, ¿licor?...
ResponderEliminarQue hermoso.
ResponderEliminarp.d: se que me repito mucho, pero eso es lo que me evoca hermosura en tus palabras y ese botellín helado con el bocata de fuet
Nunca te repites.
ResponderEliminarHoy comienza el verano. Hoy nació mi hijo mayor (que ya está más alto que yo, con 16). Un día agridulce, perfecto para una cerveza helada.
Yo a veces empiezo por el postre, lo que solia comer entonces él, era tortilla, que yo le preparaba con ese amor que tu describes, porque cocinar es eso, un acto de amor, que entra en tu cuerpo. Algo intimo y entre dos, o mas, o no. A veces se empieza por el postre, aunque algunos lo sigan llamando aperitivo.
ResponderEliminarTu reflexion de lo más sensual, me la llevo para leersela, mientras se come la tortilla. Bicos
Gracias S.
ResponderEliminarEs verdad. Es lo mejor, comenzar por el postre.
No todas o todos los que una vez amamos descubren, entienden, que cocinar es sólo eso, un acto de amor importante, algo íntimo... Para algunas apena fue nada, aunque uno ponía tanto. Luego ya no te importa.