No hay
mejor colchón que una pequeña playa de río, de un pequeño río de montaña, de un
pequeño rincón del mundo, aún salvaje, en el que has montado la tienda de
campaña. En alguna parte, hoy te parece que muy lejos, seguirá corriendo la
ruleta rusa de la crisis con todas las balas metidas en sus recámaras y un mono
loco apuntando con el arma hacia la gente.
Antes de
bajar a este rincón anduviste trasteando en la cocina del pueblo con carnes y
un cuchillo de silex encima de tu gruesa tabla de nogal. Picaste
medio solomillo de cerdo, un hígado, un corazón y un seso de cordero lechal,
sus dos riñones, su rico recubrimiento de grasa y un buen trozo de tuétano. A esta farsa añadiste un machado de ajo y una fritada bien desgrasada de
pimiento verde, rojo y cebolla, abundante pimienta, generosa ración de sal, hojas
de salvia y tomillo en flor. Luego has metido todo este picadillo en la maravillosa
tripa limpia y fresca que te ha regalado tu amigo carnicero y has fabricado
cuatro gruesas salchichas que ahora, con la luna llena, estás asando muy
despacio. La receta de estas salchichas es de los indios Apsálooke (Crow) aunque ellos las hacían con huapiti y bisonte.
Has estado
pescando hasta que la penumbra no te dejaba ver el señuelo. Te sabes el camino
de vuelta hasta la playa aunque la maleza y la noche ha convertido el paisaje
en otra cosa. El chisporreteo del asado se extiende por el río. El sonido del
agua se te mete muy dentro hasta formar parte de ti. La
salchicha india está exquisita sobre una rebanada de pan a modo de plato. Vas
cortando con la navaja pequeños pedazos y mojando el bocado con un trago de
vino fresco de la bota.
El año en
el que naciste, Vardis Fisher escribió “el Trampero”, una bella novela de la
que has sacado la receta de estas salchichas Crow. Ha pasado mucho tiempo y sin
embargo no ha cambiado la sensación de paz y gratitud por una noche en el
campo, a la sombra de la luna, aguardando el sueño sobre una cama de arena que
ha fabricado el agua y los siglos.
El mundo
se sigue dividido en dos grupos distintos y extraños. El de los indios, el de
los colonos. El de los nómadas, el de los sedentarios. El de los que buscan la
seguridad de los muros, el de los que aman la seguridad del aire limpio y libre.
(“El
Trampero” de Vardis Fisher ha sido editado por la editorial Valdemar en una preciosa
edición que merece la pena leer. Saborear)
(Pintura de James Bama)
- Escucha hija mía- me dijo y yo me acomodé en los cojines y observé la luz rojiza y la progresiva sombra que se entendía sobre las llanuras de Asiria, mientras el dulce silencio de la montaña se sentía aun más cercano en el desfiladero. El relato laberíntico del obispo se prolongó durante una hora como una voz del pasado. Abdulá se sentó con las piernas cruzadas sobre una pila de alfombras al final de la habitación mientras liaba cigarrillos y asentía con la cabeza, aprobando al venerable tejedor de romances desmadejar su crónica.
ResponderEliminarFragmento de “Viajando por las Riberas del Eufrates” Gertrude Bell, situado en Mar Mattai, cerca del Kurdistan, después de muchos kilómetros recorriendo las riberas del Eufrates, mayo de 1909. Mi admirada Gertrude fue otra nómada viajera. En su biografía descubrí una receta que ella comía con los nómadas del desierto, una pasta hecha en un mortero con queso fresco, aceite de oliva y menta, a mi me gusta en las noches de verano con un poco de pepino y una cerveza fresquita.
No se contar historias, pero me gusta que me las cuenten. Me gusta contar historias, pero como no sé me sirvo de las que escriben los demás. Gracias a ti por tus textos, me alivian los días pesados cuando hago mi descanso para la comida
No sé porqué, pero recuerdo era receta y las historias de Gertrude.
ResponderEliminarY hoy me alegran tus palabras. Gracias.