(Ilustración de Diego Fernández)
Te gustaba
perfumar la casa con fruteros de mimbre llenos de naranjas amargas y limones
verdes. Muchas veces, al chupar tu piel, cuando la noche y la libertad eran lo mismo, creía sentir en ella ese aroma cítrico mezclado con
el salitre del mar tan cercano.
Siempre
madrugabas y desayunabas a tu aire en el jardín, vestida sólo con un viejo jersey, un café amargo y una gran tostada con miel de
azahar mientras yo aún vagueaba por tu cama. Quizá fuera aquel café brasileño o la miel de tus colmenas o la brisa salada que corría por el naranjal hasta llegar a
tu casa y a tu cuerpo, pero siempre te levantabas con una sonrisa en los
labios, sin sombra de ojeras, ni tristeza, ni dudas, aunque hubiésemos estado
la noche entera jugando al escondite con Baco y Afrodita.
A veces utilizaba
esa miel espesa para adobar el pollo que asaba luego cortado al estilo
portugués, muy despacio, en brasas de leña de algarrobo. Te gustaba comer el
pollo con las manos, chuparte los dedos engolosinada y brindar sin palabras con un clarete
de Requena bien frío.
Siempre me daba pereza
regresar a la ciudad por culpa del trabajo. Cuando me fui aquella tarde me
regalaste un tarro de tu miel de naranjas y un beso breve de hasta luego.
Pero sólo unas
horas después nuestro tiempo de marea lenta se convirtió en otra cosa. Un
cruce al atardecer, un camión demasiado cargado o demasiado veloz y un ruido de
chatarra doblada rompiendo todo. No he vuelto nunca a aquel horizonte…
…Y he tardado
muchos años en regresar al sabor de la miel de azahar adobando un pollo tierno
asado sobre las brasas. Mis limoneros y mis naranjos se llenan cada marzo de
abejas y al atardecer me protejo de la brisa del mar con uno de tus jerseys desgastados
y azules. Hoy ya no me importa recordar que eras feliz devorando mis guisos y que
también yo te comía entonces con las manos, sin cubiertos ni educación, y me chupaba los dedos y me bebía el
clarete bien frío de tus labios…
…Y hoy coloco
por la casa fruteros pequeños de mimbre con limones verdes y naranjas amargas. Me
levanto muy temprano y desayuno un tazón grande de café fuerte y una tostada
con miel de azahar. Tal vez sea esta la única forma que tengo de nombrarte sin decir nunca tu
nombre o mi forma de desafiar a todos estos vientos de la edad que se llevan
muy lejos la memoria. La memoria tal vez, la memoria entera, no me importa olvidar, me
da igual quedarme vacío, pero no perderé nunca el recuerdo de tu sabor a azahar y
salitre, a naranjal y beso de hasta luego.
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