Óleo de Damián Flores |
Los fantasmas que nos
gobiernan han desahuciado ya al 2013 de sus discursos y ruidos mientras los
ciudadanos y ciudadanas, siempre pacientes, sensatos y pacíficos van saliendo a
la calle a nombrar las infamias, las trampas y las injusticias que les van
tocando y arañando sus vidas. Incluso aquellos que siempre pensaban que el
desorden era feo y molesto van descubriendo que si no salen a la calle, a
pasear a cuerpo, les robarán el futuro a pedazos, a trozos y a mordiscos.
Piensas todo esto mientras
paseas con la noche ya encendida por un Madrid muy frío de diciembre,
disfrazado de otro, metido en un viejo traje con chaleco negro, unos zapatos
gastados de caminar mucho por Europa, una raída gabardina que abriga poco, un
sombrero gris que te tapa los ojos, una pajarita muy usada, un corte de pelo sacado
de una fotografía de los años treinta y la cara afeitada ayer. Tienes por
equipaje un maletín de piel, antiguo, lleno de periódicos, el Ahora, la revista Estampa, holandesas escritas en una Underwood número 5, un poco de
tabaco, un mechero de plata, el pasaporte.
Caminas por Madrid escapando
de un año lleno de revueltas y afrentas, y luego a París, y más tarde a Londres, y
después al olvido absoluto. Te acuerdas de la novela de Irène Némirovsky, de las
del propio Chaves Nogales y las de todos los que escriben, huyen y denuncian la
traición de estos que, antes y hoy, juegan con el poder y las vidas ajenas. Pero Irène y Manuel también
escriben de esa lealtad que salva. La lealtad de los que nunca dejarán de ser,
como ellos, transeúntes, tipos de paso, emboscados, caminantes deslumbrados por la
lucidez, el cansancio y el deseo de progreso y libertad.
Caminas muy rápido, como si
quisieras llegar a algún sitio caliente y seco, como si estuvieras pensando en
algún hogar, igual que aquel Manuel del que ahora vistes sus ropas y su sombra,
sus dudas, su tristeza, su voluntad de seguir escribiendo. Has leído esta
mañana cómo el ministro de Justicia Ruiz Gallardón mantiene títulos de nobleza
de generales golpistas, o tal vez leíste ayer que Madrid saldría de nuevo a la
calle, o tal vez escribiste que los ciudadanos debían defender la democracia por
encima de todos los tiranos, y ya no sabes si estás en el siglo XX o en el XXI.
Óleo de Damián Flores |
Has caminado deprisa bajo la
lluvia fina hasta llegar a este restaurante de otro tiempo y te has servido un
caldo muy caliente que saboreas de pie, con un poco de Jerez animando a los
labios, luego vuelves fuera. Hay pedigüeños y pobres como entonces. Te paras
ante unos escaparates que hacen de espejo, tocas su pajarita negra y él te mira
desde la dignidad transparente del hombre íntegro que siempre fue y comienza a
llorar. Contemplas cómo una lágrima cae en la brasa de tu perenne cigarrillo, —No es nada, no es nada, —te
dice—. Estás en París ahora. De una bolsa de papel saca un paquete que le ha enviado
Juan donde hay habanos, una pequeña botella de manzanilla y cartas de su familia.
Sin dejar de caminar saboreáis los puros de le envió Belmonte y el vino.
Un año después,
mientras esperáis juntos el barco que os llevará a Londres, de nuevo con
papeles falsos, otra vez perseguidos, serás tú quien se deje apagar el
cigarrillo por la niebla de las lágrimas cuando él te cuente, apretando los
labios, que ha dejado a su mujer, Ana, a punto de dar a luz y a sus tres hijos
en un campo de refugiados cerca de Irún. Allí nacerá su hija Juncal. —Te voy a
contar otra historia para otro cuento de los tuyos Manuel, un cuento de hoy, de ahora mismo—. Tiras el cigarrillo
al mar. Camináis por el muelle con miedo porque sabéis que os busca la Gestapo,
pero vuestras propias voces os llevan lejos, donde el miedo es una palabra más, pequeña, corta y
sin acento.
Todo eso recuerdas, todo eso
leíste hace años, o lo escribiste, o te lo contaron Luis Felipe Torrente y
Daniel Suberviola unas horas antes, mientras te perdías en la penumbra de un
despacho de entonces y escribías aquello de: Yo
era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeño burgués liberal’, ciudadano de
una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio
de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la
aristocracia terrateniente…
Y, ya muy tarde, huías por el pasillo, sin mirar atrás, sin equipaje, perseguido,
dudando, solo.
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