El mundo está en los libros (también fuera, un poco) así que vuelvo con Helena.
Los cítricos son el delicado logro de la cultura y la ciencia, los
viajes y la curiosidad. Los destilados son la consecuencia de la alquimia en su
empeño de buscar la piedra filosofal y el elixir de la vida. Ensuciaron muchas
redomas, alimentaron hogueras inquisitoriales e intoxicaron muchos estómagos
pero al menos sacamos algo en claro: pócimas bebibles, psicoactivas, tóxicas y
que permitían variaciones infinitas de ingredientes y sabores. A mi me gustan
mucho los Negronis las noches calurosas de verano, cerca del agua para nadar
luego y con la casa también próxima para llegar caminando, dejar las ventanas
abiertas, escuchar el grito agudísimo de los murciélagos y la música de las
esferas que siempre oyeron quienes saben mirar y leen el atlas de las nubes.
Imprescindible hielo muy duro y frío, ingredientes refrigerados y
vasos gruesos y también congelados. Luego los destilados: ginebra mallorquina,
vermú rojo y Campari a partes iguales, una rodaja de naranja amarga, chorrín de
soda al gusto.
El picoteo ideal para este camino hacia la segura y suave ebriedad
son las aceitunas con aliños diversos y alguna anchoa perfecta.
Con el primer Negroni ves como le va naciendo un beso en la
comisura de sus labios. Con el segundo comienzas a entender los significados
secretos que tienen sus palabras. Con el tercero hay que buscar asiento y no
hablar nunca de viajes pasados, ni fabular con viajes futuros. Con el cuarto
sabrás si aquello que al principio imaginaste es diamante o humo. Con
el quinto sientes la suave vibración que hacen las placas tectónicas de la
tierra bajo tus pies. A partir de ahí “Hic sunt dracones”. Hay libros que debes escribir tú mismo, tu misma...
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