miércoles, 24 de febrero de 2010

LA COCINA COMO RESISTENCIA

De pronto me sorprendo cocinando solo y sólo para mi. Una sopa de cocido para entonar el frío y un pollo en escabeche de frambuesas cuya receta andará por ahí en este blog. Sólo a esto no me acostumbro. Vivir solo, pasear solo, leer, escribir, asombrarse sin nadie con quién compartir ese asombro es fácil, casi un placer ahora. Pero cocinar solo y sólo para mi, casi siempre, no me gusta, siento que falta alguien o algo importante. La cocina en soledad es lo único que no quiero vivir.

Quizá tenga razón mi amigo Fernando y se necesite un punto de desolación para encontrar la energía secreta de las palabras. Desolación, que no tristeza. Certeza de que abismos, dolor, agujeros negros, pozos que, como los de Alicia, nos hacen luego más pequeños o más grandes o distintos, extraños, desolados.

Nos encerramos para escribir en un tipo de soledad que es casi una patria, un territorio personal, un hogar. Leer no deshace esa desolación, pero abriga y escribir es lo único que hace entonces que la olvide. Lo único. Olvidarla y sentir algo parecido a la plenitud, casi la dicha, igual que los juguetes de niño o los viajes de hace tanto.

Dicen que sólo el amor cura la desolación, pero yo no tengo de eso. Tal vez ya ni quiero, prefiero escribir, olvidar por un rato la desolación, aunque siempre sea poco tiempo.

Y seguir cocinando, cocina de resistencia, porque sin cocina es imposible siquiera imaginar o soñar con la felicidad, aunque hoy, o mañana, no pueda saborearla.

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