jueves, 18 de marzo de 2010

LUBINA EN SALSA DE CHOCOLATE

(Imagen de Greta Buysse)

Comparto vinos, palabras y una maravillosa tortilla de patatas con Cristina. Hablamos del amor y el tiempo y cómo amor y tiempo dibujan filigranas diferentes en el cuerpo de un hombre o en el de una mujer. Cómo el tiempo, ya desde niñas, obliga a las mujeres a una vida distinta… depilaciones, compresas, sujetadores… hormonas que bailan cada luna, percepción de una decadencia que inventa la moda y somete a tiranía a la silueta. En cambio en los chicos todo es diferente: las “chocolatinas” abdominales que exhibe con orgullo Aznar parecer ridículas y pueriles, en cambio la barriguita de Sergi López tan verdad y sincera es erótica.

Qué distintos. Qué distantes. Monstruos ambos para el otro, extraños, exóticos. Hombre y Mujer. Hombres y Mujeres mejor, porque es plural, también, el mundo de los monstruos. Casi es un milagro que haya encuentros, metafísica, cercanía, esa ternura real de antes y de después del estar juntos, el abrazo en el sueño, la palabra que desencadena chispas ahí abajo o las manos, que lo son todo y que hablan siempre, por encima de cualquier otra forma de contacto, ternura, discurso. El sexo está en las manos y en la risa.

Un placer hablar de todo esto con Cristina. Y de viajes, selvas, cuentos, deseos, tortillas, guisos, libros, niños o presente. O de esta forma de amor en la que floto y nado ahora y me dejo llevar por su corriente fría y su marea dulce. Porque hay que amar a “la más hermosa de las que suben, la más bella de las que bajan” nunca es una veinteañera, ni siquiera treinteañera sino a tí, hermosa y bella, aunque te quejes a veces de que el tiempo haya cambiado tus piernas, ombligo, culo, tus ojeras… ahora estás mejor, estás más buena (me sale esa frase infantil y real, buena de rica, alimenticia, apetitosa), porque ahí, en el instinto o en la magia del amor, no han conseguido manipularnos lo suficiente a los tíos y nos aburren los cuerpos de plastilina y photoshop y deseamos los cuerpos de verdad con las filigranas, estrías, tatuajes, huellas, sombras que el tiempo fue dibujando en tí. En ese mapa suave y único me pierdo cuando sueño contigo, es tu olor quién me calienta, desnudo de perfume.

Eso sé de ti. Esa certeza. Que hermosura y belleza están siempre en la sombra, escondidas, agazapadas en el brillo de unos ojos, en el tono de una voz sobre todo o en una caricia sabia. La piel nos cubre el cuerpo pero también la memoria muy adentro, muy dentro.

Eres hermosa y bella cuarentañera cómplice (tantos años sin usar con descaro esas palabras), piel y memoria para jugar con fuego.

Cristina me regaló una receta que no he hecho, pero que espero hacerte cualquier día. Un guiso que ella probó en Barcelona y que suena rico. Un taco limpio de lubina marcado lo justo en la parrilla con una salsa de chocolate amargo aireada en el sifón (chocolate 99%, mantequilla líquida, una pizca de sal), cristales de Maldón, dos hilitos de aceite de oliva verdeado con puré de berros y dos berberechos crudos que añado yo. Carne blanca de lubina (mejor si fuera una pescada por mi en otoño en el Cantábrico desde las rocas de la playa de Castro Urdiales), chocolate de Guatemala y en lugar de berros unas corujas de un arroyo que sólo yo conozco.

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