miércoles, 24 de marzo de 2010

TRUCHAS AL OPORTO

Me gusta cuando te ríes o sonríes. Esa sonrisa me salva de cualquier dolor, tristeza, duda. Sonríes y me siento en paz y un calorcito me llena las entrañas, me templa la salsa de la vida.

Me acuerdo hoy de esa película loca y divertidísima de José Luís García Sánchez “Las Truchas” (1978) y del bueno de Felix Rotaeta al que echo de menos como actor, director, escritor.

Las truchas de mi río son pocas y sabias y comerse una tiene algo, mucho, de canibalismo religioso. Tras limpiarlas, salpimentarlas, enharinarlas y freírlas, las hago nadar en una generosa copa de vino de Oporto a fuego lento y cuando se reduce el caldo le ligo con un poco de mantequilla de cangrejo y las sirvo con perejil rizado frito por encima.

En la Comedia de Aristóteles la risa era el arma de la inteligencia, eso cuentan. También la forma que tiene el amor de explicar lo que las palabras aún no han sabido descifrar.

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