miércoles, 31 de marzo de 2010

AMOR... A LA FRITANGA II

Sigo con la fritanga engolosinado. Fritanga de tiburón, de cazón adobado, rebozado y frito. Miles de años antes de que siquiera fuéramos un proyecto pitecino ya vivían en el mar los tiburones y miles de años después de que desaparezcamos de la faz de la tierra como una mala plaga de arrogantes, seguirán nadando ellos en la penumbra fría de lo profundo.

Comerse un tiburón tiene mucho de canibalismo, es comer un carnívoro, un pariente lejano, un depredador como nosotros, pero él es mucho mejor, sin huesos, nadador, hipersensible a todo, bellísimo en el agua.

Compro cazón a veces y hago un adobo simple con ajo, orégano, pimentón de la Vera, comino, vinagre de arroz lo dejo ahí en trocitos una hora, luego lo escurro y seco bien, lo rebozo con harina gorda y los frío en aceite caliente para que quede bien dorado. Uso por salsa un simple salmorejo y un poco de mahonesa mezclados. Y cómo no, un manzanilla frío y hambre suficiente.

Flotar en el mar por la noche, con luna o sin luna, desnudos, produce miedo y placer. Solo, la verdad, es que siempre me ha acojonado (me encanta esa palabra tan cierta) en cambio contigo ni tiburones, ni kraken, ni medusas gigantes, ni monstruos abisales me dan miedo. Flotar es sentir que venimos de otro mundo, del mar caliente de cuando éramos no nacidos, del mar secreto de los sueños, del mar primitivo de cuando fuimos peces (o sirenas o escualos o cazones). En el mar real, mientras nadamos, nos sentimos felices sin ninguna elucubración intelectual. Buceo y te veo flotar. Descubro de pronto, con asombro, que no eres sirena, pero tampoco me importa demasiado, no creas, que seas mujer tampoco está tan mal, casi lo prefiero, te confieso ahora que no acababan de gustarme las escamas cuando te chupo la curva donde acaba tu espalda.

Me dices que te gustan las fritangas y a mí el adobo dulce, salado, fresco de tu deseo.

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