domingo, 11 de abril de 2010

LA BRUJA Y EL COCINERO

Se enamoró de una bruja.

Se enamoró de un cocinero.

Él no creía en dioses, ni en místicas, religiones, supersticiones y mucho menos en brujas. Pero ahí estaba él metiendo en el cuarto secreto de su corazón a una bruja de verdad de esas que hacen conjuros, tienen calderos mágicos que no usan precisamente para hacer sopas y vuelan por la noche de una punta a otra de la ciudad sin utilizar taxis ni sustancias sospechosas.

Él lo supo desde el principio, primero que se había enamorado, segundo que era una bruja, tercero que le encantaba (de encantar y de encanto).

Ella le había preparado su veneno una noche sin luna de hace ya muchos años y echó dos gotitas en su copa pero él descubrió el caldero de la pócima en el hueco de sus manos y se bebió a grandes tragos casi todo su contenido. Él nunca le dijo nada a ella de esa sed.

Desde entonces la bruja y el cocinero están juntos. Aunque el amor entre esas raras personas es una cosa antigua, extraña y desconcertante para el común de los morales, para ellos es algo bien distinto.

La bruja sólo sabe que cuando llega la noche y las palabras se llenan de un color y de un sentido distinto para el que habían sido inventadas, cuando los días dejan de ser fríos, cuando la ciudad le obliga vender pedazos de tiempo y embrujos sin magia, cuando nadie se da cuenta que se abren pasadizos que nos llevan a los rincones de la memoria y a las habitaciones abiertas a la calle donde los cuerpos se reconocen. Entonces, en ese momento, el cocinero escribe una receta para leerla despacio en su oído. El cocinero llega a su casa para dejarse convertir en sapo, en río, en niño.

El cocinero sólo sabe que cuando llega la hora en la que el sol está en lo más alto o la hora en que la luna ilumina la locura y enciende el fuego para cocinar, cuando el hambre se despierta en el desván en el que se esconde el alma y sale a la calle, cuando descubrimos que la felicidad entra por la boca en forma de guisos, besos y silencio, en ese momento, la bruja viene a su lado aunque esté lejos. La bruja llega a su casa a comerse su hambre, su carne y sus palabras.

Desde entonces la bruja y el cocinero están juntos. Aunque el amor entre ellos no puede utilizar ni versos, ni perdices, ni reposo. El amor entre ellos huele asado y leña ardiendo, a bosque recién llovido, a caldero de bronce, a postre de manzanas envenenadas por el tóxico de la libertad y el azúcar moreno del deseo, huele a nieve pisada por los lobos y a el salitre que se queda encima de las sirenas cuando se tumban al sol. Huele, y sabe, a todo lo apetitoso que aún no ha sido inventado.

El amor entre ellos es raro, pero, ¿acaso hay otro que merezca la pena?.

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