viernes, 23 de abril de 2010

SOPA DE CEBOLLA II

¿Qué queda de aquellos orgullosos miserables que hicieron del poder carroña y que persiguieron, encarcelaron y dejaron morir a Miguel Hernández? Nada, ceniza, ni siquiera desprecio. ¿Y qué queda de Miguel Hernández?, todo, en sus versos de batalla o los de amor, aún en los más barrocos y rimados, sigue oliendo al rocío dulce de la ternura y sus palabras saben en la boca con la intensidad del pan recién hecho. Sus versos, que ya son nuestros, siguen siendo jóvenes, sobrecogedores, emocionantes, vivos. Esto te escribo hoy tras leer eso que dice al hijo: “Tu risa me hace libre, / Me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea.”

Para él y para ti. Tú que tomas sin miedo mis sopas embrujadas, preparo para ti esta sopa de cebolla rica, egipcia, iraní, medieval, afrancesada que me evoca esa nana de Miguel que te mete el corazón en un puño. Una sopa que viene muy bien para las resacas de champagne y las de amor. Pico bien la cebolla y la sofrío con lentitud de besos con un buen trozo de mantequilla. Cuando está casi deshecha, mucho tiempo después, añado un poco de harina y luego un buen caldo de ternera. Dejo cocer destapada la cazuela el tiempo que necesito para besarte en el lugar donde escondes las palabras. Luego aclaro con la espumadera el caldo, añado la mezcla de dos yemas de huevo un chorro de Madeira añejo o Jerez y un poco de nata. Fuera ya el fuego coloco por encima del caldo unas rebanadas muy finas de baguette y queso rallado, un buen gruyere suizo o mejor un poco de queso de cabra y gratino al horno la sopa diez minutos.

Sopa oscura y dorada de cebolla. Decía también Miguel: “Solo quién ama vuela”.

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